La Navidad fue siempre una época especial para mí. De pequeña creía en su magia, como cada niño. Es natural: vacaciones, fiesta, regalos, dulces... Para colmo mi cumpleaños es el día 28, visagra entre dos festividades...
Pero 1991 marcó un hito y, aunque parezca asombroso, se debió al año Mozart. El 19 de diciembre escuché por primera vez "Clásicos populares". El genio salzburgués, gracias al eco mediático de la efeméride, me llevó de la mano por mágicas armonías; por composiciones brillantes, alegres y vitalistas; las de aquel niño grande a quien imaginamos feliz en una ingenuidad perpetua, infantil... Mozart, el amoroso e hilarante adulto bromista; Mozart, el chico risueño... Lo veo en su casa bailando con Constanza para quitarse el frío; componiendo un cuarteto mientras nace su primogénito; escribiendo una cancióna propósito de la pérdida de un moño de su mujer; alegrando a los amigos con sus eternas bromas...
El gran Wolfgang pareció transmitirme ese amor, esa ingenuidad, esa alegría. Aquella Navidad la música cobró fuerza; también fue la primera en que en casa cantamos villancicos ingleses: "Deck the hall", "The twelve days of Christmas", "The first Noel"... Tocamos mi padre, mi hermana y yo "God rest ye merry gentleman".
Desde entonces anhelaba la llegada de fiestas tan entrañables y no comprendía a quienes las tildaban de tristes, a los que carecían por completo de espíritu navideño y no se dejaban conmover por tanta felicidad; tantos buenos deseos; tanta belleza. Uno de mis sueños recurrentes era que llegaba la Navidad y yo no me daba cuenta..., ¡y sucedió! En 1997, cuando ingresé en la Universidad, sufrí mi primera depresión: el choque entre aquel mundo utópico de mi mente y el mundo real con toda su crudeza. Ahí estaba yo, ciega por primera vez, digámoslo de ese modo; porque aunque desde la incubadora se me privó de la vista, en la infancia se nota poco. En el colegio de la ONCE éramos todos iguales... Luego en el instituto me refugié en mis padres y la música para paliar la falta de amigos..., y era feliz. Todo resultaba a mi juicio perfecto: no me enfrentaba ni a mis lagunas cognitivas o sociales ni a la falta de visión. El inicio en Granada supuso la primera crisis, agravada por los inconvenientes que para un ciego significa la titulación de Musicología, que abandoné, y por el ambiente rancio y enrarecido del Colegio Mayor, de monjas chismosas y niñas pijas.
Pasó la crisis cuando me aferré a nuevas esperanzas: cambiar de colegio, cambiar de carrera... Pero la Navidad había transcurrido sin que yo, en mi amargura, la apreciase. Ocurrió dos veces más en el preiodo universitario. Luego llegó el trabajo: profesora de Música. Maravilloso a priori, la oportunidad de dedicarme a lo que se suponía que me gustaba. Pero de nuevo mi ceguera constituye un obstáculo: enfrentarse a veintitantos chavales en un aula resulta duro. Los primeros años no me importó realmente, yo pensaba estar haciendo lo correcto y además me veía independiente: estudié alemán, canté en coros, gocé de amigos...
Pero la crisis volvió a aflorar dos años ha. La Consejería de Educación propuso jubilarme en 2009, a lo que me negué rotundamente; fue el motivo de la creación de este blog, la denuncia por mi situación discriminatoria. A partir de 2012 se vio todo diferente cuando me convencieron de que, en atención a mis bajones, quizás una buena retirada sería lo más adecuado para preservar la salud. Creí en ello, mas entonces fue la Seguridad Social quien dijo no. Y empecé a no creer en nada...: ni en mí, ni en mis capacidades, ni en la verdad que me contaron sobre los logros alcanzados, ni en mis dotes como profesora o como cualquier otra cosa, ni en mi inocencia, ni en la felicidad...
Pero no, no pretendía ahondar en los entresijos pasados y presentes de mi estructura mental. Sólo quería reflexionar en si la fe en la Navidad se pierde a medida que uno crece; en si mi infancia fue demasiado larga, aunque realmente hermosa, dichosa, magnífica. En si ahora el crecimiento va a suponer pesares e incredulidad, TAEDIUM VITAE... No, no he vivido estos últimos dos años: podría decirse que me han vivido ellos; que no me he tenido a mí misma. Como si, al perder la fe en mí, algo se esfumara de mi interior desapareciendo así el porqué, el motor, el impulso. La música dejó de llegarme, todo dejó de atraerme. La eterna angustia, vieja conocida, devoró cualquier otro sentimiento, incluso la sensación de sueño y el sueño mismo. Me condené negándome el privilegio de que goza toda persona, el derecho a ser dichosa, por considerar no merecerlo. Es un estado; un episodio depresivo que inicia, cursa y termina... ¿Sí? ¿Cuándo termina? ¿Y la ingenuidad; y la falta de tantas cosas; y la ceguera; y los errores del pasado; y, y y, y...? ¿Eso acaba igualmente? Te odias por todo ello, no te aceptas... ¿Qué sucede cuando alguien se convierte en su peor enemigo?
Pasa el tiempo: horas, días, meses... Insomnio, abulia, desazón... Pasa una Navidad, otra, y viene otra. El placer se ha esfumado... ¿Volverá? La felicidad libre, ingenua, sin culpas, sin pecados, sin añorar nada... Ésa desapareció. ¿Regresará, a pesar de la nueva conciencia adquirida? ¿A pesar de las lagunas, de la soledad, del egoísmo, de la caída de la torre de marfil, del destronamiento...?
No, no lo tengáis en cuenta, avezados lectores; sólo quería reflexionar: cuando uno pierde la credibilidad en sí mismo, ¿puede volver a alcanzarla? Cuando a uno se le van las sensaciones placenteras, ¿puede recobrarlas? Cuando uno se sabe carente de ciertas virtudes, ingrato y egoísta, no sé; inmaduro pero adulto... ¿Puede recibir la Navidad igual que un niño; con esa inocencia feliz, esa cascada de risas, las risas de quien nada teme y todo espera? ¿Hay una edad en la que se pierde simplemente la fe en tal alegría desbordante?
Cuando todo ha dejado de conmoverte, por algún tipo de error químico en el cerebro si se quiere... ¿hay solución? Cuando uno no se acepta, ¿puede seguir adelante con dignidad?
El especial Navidad de Eurorradio está a punto de concluir; era otra de mis fiestas: un día entero con retransmisiones de conciertos navideños de toda Europa, con niños cantores... La inocencia, el goce puro de la belleza, eso significaban estas fechas para mí. Disfrutaba cada segundo, cada minuto, como si fuera el último... Y sí, luego los perdí; aquel sueño se tornó premonitorio...
Quiero volver a creer, quiero recobrar esa ingenuidad. Quiero que la Navidad atraviese todos mis poros como antes; que el amor reaparezca y me invada; que vuelva a verter lágrimas ante un gesto bello, una hermosa melodía, una voz de niño cantor, un pueblecito de madera decorando el salón, la risa de un niño pequeño y su ilusión ante la venida de los Reyes Magos, la certeza de que por ahí nieva, el olor a dulces y el deleite de probarlos, los mejores deseos de todos para estas fiestas y para 2014...
Sí, quiero creer: ¡ayudadme! Oh, divina Euterpe, ¡inspírame! ¡No abandones mi corazón, consagrado a ti desde hace tantos años! SINE MUSICA NULLA VITA.
¡Creamos en la Navidad y en su sonido de campanitas, de coros de niños! ¡Creamos en que volverá el sueño; el sueño de verdad, fisiológico...! Pensemos que regresará el goce de la infancia, cuando se es feliz sin hacer nada, sin trabajárselo... Se es feliz porque ése es el estado natural; porque todo funciona, todo cuadra... Se es ciego ante los problemas, a no ser que éstos resulten ya demasiado grandes, como ocurre por desgracia a muchos a quienes diariamente se priva de la niñez. ¡Oh, niñez!! Cuando uno cree en la bondad, en la justicia, en la hermandad... Seid umschlungen, Millionen! Ése era mi lema: irradiar dicha y contagiarla; abrazar a todo el mundo para que la sintiera; envasarla y repartirla si fuese posible... ¿Dónde estás ahora, preciada energía? ¿Dónde esa Humanidad con mayúsculas a la que amaba y con la que me fundía en mi idealismo? ¿Dónde esos grandes conceptos, de tan grandes vacíos? Creer en ellos: sería tan hermoso... "Viele kleine Leute, die in vielen kleinen Orten viele kleine Dinge tun, können das Gesicht der Welt verändern". Antes creía en ello, creía pertenecer a uno de ellos... Cambiar el mundo... ¿Cómo, si ni siquiera se es capaz de regalar goce al entorno próximo?
Regresará, confiemos en que regrese. ¡Oh, trastornado cerebro, vuelve a llenarte de paz! ¿Sucede algo así a todos los que arriban a la edad adulta? Bueno: imagino que los padres de familia se proyectarán en sus descendientes para volver a soñar, y los que no lo son... ¡Soñar, soñar: dejadme soñar! ¡sin venlafaxinas o benzodiacepinas! ¡Ser libre para gozar; gozar sin culpas, sin un mañana que todo lo rompa!
¡Feliz Navidad, lectores: seguid creyendo! Yo lo intentaré. Por lo pronto me estoy imbuyendo de música.