Por segundo año consecutivo estamos disfrutando de las conferencias de divulgación en la carpa de la ciencia de la Feria del Libro de Granada. Hoy el colofón lo ponen una de música y otra de astronomía.
Ayer nos hablaron de un tema apasionante, las estrellas: su nacimiento, el tira y afloja entre la fuerza de la gravedad que las contrae y las reacciones de fusión nuclear que las expande..., hasta que dicho equilibrio, llamado "equilibrio hidrostático", se rompe y, dependiendo de la masa, se originan reacciones diferentes. Cuando el combustible se agota, el núcleo se calienta concentrándose en él la masa y las capas externas se enfrían, dando lugar a gigantes rojas. También puede pasar que cambien las reacciones, la clásica transformación de la materia: carbono, oxígeno, hierro..., pero llega un punto en que el hierro ya no puede modificarse y entonces obtenemos, dependiendo de la masa, supernovas o hipernovas, que al final explotan y hay dos posibilidades: o la estrella de neutrones, increíblemente densa (sería como poner un avión en un granito de arena) o los agujeros negros.
Espero no haber incurrido en errores. Esto lo había leído ya en la Breve Historia del Tiempo de mi amigo Hawking, y me encanta cómo describe la lucha de fuerzas. Olvidaba algo muy importante, y ojalá me pueda perdonar mi otro amigo, Carl Sagan: de toda esta cocina estelar procedemos nosotros; los ladrillos que nos constituyen vienen de allí, de ellas; el carbono, los lípidos y más elementos de la tabla periódica, su herencia. Confío en que muchos podáis mirar al cielo en una noche estrellada y no os sintáis tan lejos de esas concentraciones de gas y polvo.
Sorprendente la cata de huevos de un cocinero gallego, que nos explicó de qué triste forma desgraciamos los alimentos a base de cocerlos demasiado. Un huevo a 64 grados durante noventa minutos está jugoso y exquisito, mas, ¿cómo obtiene eso el usuario de a pie con hornos convencionales?
Enrique, el astrónomo ciego, vino acompañado por el doctor Rocco, su perro guía, que pronto le hará las observaciones, así que imagino que estará familiarizándose con los telescopios Y con todo el espectro, incluso el de sardinas de Málaga. ¡Ah, no! ¡Eso era el espeto! Enrique puso en relación "A la busca del tiempo perdido" de Proust con nuestro universo: lo que sabemos de él, los falsos mitos, el dogmatismo, etc. Es todo un humanista; el pasado año hizo otro tanto con "El corazón de las tinieblas".
Isabel, su colega del Instituto de astrofísica de Andalucía, nos habló con muchísimo humor de las galaxias y llegamos a la conclusión de que la nuestra no tiene nada de particular, ni de extraordinario. Se me ocurre ahora una pregunta: ¿por qué al primer planeta que se descubre en un sistema se le asigna la letra B en su nomenclatura y no A? Voy a comprar un billete para Próxima B, pero que viajen otros antes para inspeccionar el terreno. ¡Amigo Hawking...!
Espero que el área de ciencia se abra todos los años: ¡cuánto aprendo!
domingo, 30 de abril de 2017
lunes, 24 de abril de 2017
Dirigida por Stephen Cleobury
¿Quién me iba a decir a mis doce años, cuando descubrí en unos discos antiguos los celebérrimos villancicos ingleses cantados por esas cristalinas y tiernas voces infantiles del coro del King's College de Cambridge, que un día, 25 años después, iba a ser preparada y dirigida por Stephen Cleobury, el actual director de esta formación? Efectivamente: eso ha ocurrido este fin de semana en Madrid, en un seminario de Zenobia Música al que me he inscrito.
Cleobury colabora con Zenobia por tercer año consecutivo; y es que Rupert, organista y director del Cenobia Consort, fue niño cantor de los King's: ¡qué hermoso! Espero que me llamen para otros cursos: ¡seguro que voy, si me vienen bien las fechas!
Hemos cantado la primera parte de la Selva Morale e Spirituale del genial Monteverdi: ¡preciosa forma de celebrar su aniversario! ¡Qué gran músico era, y cuánta marcha tenía! Hoy hubiese escrito pop-rock, con esos acordes de tónica, subdominante y dominante tan machaconamente repetidos; como en el Beatus Vir.
Por suerte, Zenobia nos dio las partituras con bastante celeridad, lo que posibilitó el poderlas transcribir y llevar en Braille. Sin embargo, confieso plena de vergüenza y bajando la mirada que no estudié: he estado muy liada con otras cuestiones. El viernes las abrí ya en el ensayo; menos mal que se me da estupendamente lo de la lectura a primera vista, o a primer tacto: ¡ja, ja!
La letra de casi todas las piezas la conocía por otras versiones musicadas de estos salmos, algunas también de Monteverdi (Vísperas); de modo que podía ir leyendo cómodamente las notas. En el Credidi o en el Beatus, al principio, aprovechaba los compases de espera para ver el texto que tendría que cantar y luego lo acoplaba. Es que la yema del dedo no da para dos líneas.
En mi cuadernillo tenía sólo la parte de soprano, que ocupa mucho más espacio que toda la obra completa en tinta, evidentemente. No podía fijarme en las otras voces, y resultaba complejo cuando Cleobury nos mandaba constantemente, a saltos, de un punto a otro de la partitura para fijar determinados pasajes. Yo directamente me acoplaba por deducción según el acorde previo y, obvio, en cuanto empezaban con el texto seguía automáticamente por donde tocara. Un esfuerzo titánico pero que, claro está, merece la pena y supone todo un reto para mí.
Ayer, durante el concierto, apenas daba crédito a lo que estaba ocurriendo y la emoción casi me hizo verter lágrimas. "GRATIAS AGIMUS TIBI" -decía el Gloria, y yo lo corroboraba para mis adentros dirigido a Cleobury, a Rupert, a todos los compañeros que actuaban conmigo y, por supuesto, a Monteverdi, sin quien nada de esto habría sido posible.
Thank you very much indeed! VIVAT MUSICA!
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