Ayer recibí un chutazo de dopamina de ésos que perduran días y que te hacen reconciliar con la vida; con la especie; con el universo en su conjunto. Hablo de belleza en estado puro; de arte que conmueve hasta el llanto y que inunda de dicha. ¡Cuántas maravillas ha creado el Hombre a lo largo de su breve historia! Es magnífico que podamos disfrutarlas en nuestro siglo, pese a la preocupante aculturación; a la frivolización de todo... ¡No, Monteverdi no puede perderse! ¡Ha de seguir vivo hasta la muerte de este pequeño planeta... y más allá! Encargados de revitalizarlo anoche fueron los chicos de Musica Ficta, con mi querido Raúl Mallavibarrena al frente y mi no menos querido Gabriel Díaz cantando las partes de alto.
Estaba sentada en una excelente posición, la segunda fila, pero tuve que reprimir los impulsos de levantarme y salir bailando junto a Tirsi, Clori y toda la cohorte pastoril, con rebaño incluido. La sonrisa no se me borró nunca, acompañada a intervalos por algunas lágrimas. "¡Gracias, gracias!" -exclamaba mentalmente con el deseo de retener aquellos momentos por más tiempo, de dilatarlos para alargar el goce.
Bueno: como consuelo están los discos y Spotify. ¡Ah, olvidaba! La propina fue una versión de "La Huella", perteneciente a Navidad Nuestra, de Ariel Ramírez. Adoro la armonización original de este fragmento; la del arreglo también fue interesante. De Italia a las pampas heladas: no está mal.
Me encantó saludar a los músicos y pasar un magnífico rato entre amigos.
¡Brindemos por Monteverdi! Su, su, su [1]!
Álbum Monteverdi Sessions en Spotify.
NOTAS:
1): La interjección italiana "Su" significa "Venga, vamos". Aquí aparece en alusión a una de las piezas del concierto, "Su, su, su, pastorelli vezzosi".