martes, 21 de noviembre de 2017
¡SOS! Cambio climático.
Soñé hace años que los viejos del lugar estaban reunidos evocando un recuerdo no suyo, sino de sus abuelos y bisabuelos. Hablaban de épocas en que hacía frío. ¡Sí, temperaturas bajas! Incluso con valores negativos. También llovía mucho, nevaba... ¿Nieve? ¿Qué era aquello? Yo lo percibía con tanto realismo que casi era partícipe de tales sensaciones y, por supuesto, me invadía una fuerte nostalgia por la triste pérdida; por nuestro camino inevitable hacia una segura destrucción del planeta. Súbitamente percibí un murmullo que me colmó de esperanza: ¡lluvia! ¡Por fin! Saqué la mano por la ventana y comprobé con estupor que se trataba de una tormenta de arena; arena y polvo tóxicos; infectos; amenazadores. Me alejé horrorizada mientras alguna extraña alucinación musical me hacía oír un canto de los Alpes, "Jodler": ¡los Alpes! Paisajes maravillosos; nieve; lagos de montaña; glaciares; bosques... Eso habían relatado los ancianos añorantes, eso vivieron sus antecesores. Hoy, 21 de noviembre, salgo a la calle en mangas de camisa y pienso apenada que lo de mi ficción onírica no es en absoluto inverosímil: ¿os imagináis que se hubiera concebido la situación actual hace 50 años? ¿Cómo será dentro de medio siglo? No llueve, no nieva..., y el aire cada vez anda más sucio. Los gobiernos, en vez de tomar medidas urgentes, rehúsan llegar a acuerdos y destruyen el trabajo alcanzado con esfuerzo a escala internacional. Se lo toman a risa y piensan únicamente en costo económico. En cualquier caso, ¿qué más da? Si la Tierra se torna invivible, ellos ya habrán muerto. ¡Pobre planeta! ¿Qué diría Carl Sagan, de contemplarnos? ¿Es verdad que no podemos ir más allá de una adolescencia tecnológica? Aunque a partir de ahora pongamos todos los medios disponibles para reducir los gases de efecto invernadero, el daño ya está hecho; y encima la primera premisa jamás se cumplirá: ¡así somos de egoístas y desconsiderados! ¿Tantos años de evolución, de combinaciones y recombinaciones de materia para esto? No conocemos otras formas de vida similares fuera; las condiciones para que existan requieren mucho tiempo, mucho azar y una tremenda adaptación. El Homo Sapiens Sapiens, tan orgulloso de su dominancia intelectual merced a un desarrollado cerebro cuyos misterios está empezando a discernir, es responsable de una hecatombe sin precedentes. Claro que las condiciones de vida se van modificando con el tiempo, van evolucionando: especies que campaban a sus anchas se extinguen, surgen otras nuevas... Ahora, en cambio, con el llamado Antropoceno tendemos a una destrucción absoluta. Durante la Guerra Fría, la amenaza del invierno nuclear revoloteaba sobre nuestras cabezas, ¡y aún no ha desaparecido! Por añadidura, un manto de gases contaminantes no deja escapar el calor e inunda nuestro organismo de porquería que respiramos alegre, inconscientemente. No sé adónde nos va a llevar todo esto, pero, obvio: el futuro no resulta prometedor. ¡Cuidemos el planeta! ¡Cuidemos la especie, la fauna y flora! ¡Cuidemos la vida!
lunes, 20 de noviembre de 2017
El regreso.
-¡Tranquilo, amor mío! ¿Has vuelto a soñar?
Eusebio no respondió, imposibilitado por el llanto y la ansiedad que le impedían respirar normalmente. Su cerebro se obstinaba impertérrito en pasarle la misma horrenda película desde hacía ya medio año, cuando ocurriera aquel fatídico episodio que iba a transformarle la existencia:
Serían las once de la noche, tiempo gélido en pleno diciembre, y regresaba de un acto académico por la jubilación de un amigo. El día venidero auguraba ser duro: clases la primera mitad de la mañana, lectura de proyectos de sus doctorandos la segunda y recepción de un colega de Cambridge por la tarde. En estos pensamientos andaba inmerso cuando oyó un rumor tras de sí. Al darse la vuelta observó estupefacto que dos chavales atléticos y con pinta chulesca se dirigían resueltamente hacia él. Antes de que pudiera ordenar sus ideas se vio tirado en el suelo. Los chicos lo golpeaban con saña. Eusebio, dolorido y aún sin comprender, gritó pidiendo socorro mientras se esforzaba por defenderse.
-¡Calla, estúpido!
Siguió la paliza; ya no podía reaccionar. En sus últimos segundos de conciencia vio petrificado de terror al que parecía más joven dispuesto a echarle algún líquido a la cara. Despertó en el hospital; enfermo, perdido, ausente y ciego por culpa del ácido que le rociaron en los ojos antes de sustraerle todo lo que llevaba.
-¿Me has oído? ¡Ay, cielo! ¡Serénate, por favor: no te mortifiques! Estoy aquí, contigo. Respira hondo.
Eusebio se dejó abrazar, llorando con creciente desesperación y profundo abatimiento.
-¡No volveré a ver nunca; nunca más! ¡Prefiero morir!
-¡Basta, basta! Consigues que me derrumbe, y entonces no te podré auxiliar; me necesitas fuerte a tu lado. ¿No entiendes que con esa actitud desesperanzada y negándote a continuar sólo logras destruirte y hundir a todos los que te queremos?
-Ya no me queréis: os inspiro lástima. ¡Seguro que estáis cansados de mí, pobre ciego inútil!
-¿Lo crees en serio? ¿Ése es tu concepto de nosotros? ¡Vaya ofensa! A estas alturas deberías haber aprendido a conocerme un poquito. Hablarte así me cuesta la vida, me parte el corazón; pero, ¿sabes? ¡Lo hago porque me importas! ¡Reacciona de una puñetera vez! ¡Oh, qué pena; qué triste! Si pudieras hacerte una idea de hasta qué punto me duelen tu desconfianza y tu inagotable rosario de quejas… ¡Así no llegas a ninguna parte! ¿Por qué no abandonas el victimismo y te dejas ayudar? Llama a la Asociación.
-¿Para amargarme? El lunes me hicieron salir con bastón. Es horrible: ¡yo no lo conseguiré jamás!
-Ah, ¿no? Disculpa, ¡no eres el primer ciego del mundo! ¡Oh, Dios mío; lo siento! ¡No llores! ¡Calma, calma! Déjame abrazarte: ¡pobre hombre!
-¡Es que me aterra ir por la calle sin ver! Y el Braille..., ¡una tortura! Ya no podré leer, ni trabajar, ni investigar. ¿Quieres decirme qué hago en casa dependiendo de todos y jubilado con cuarenta años?
-Deja eso ahora y piensa en el homenaje: ¿cuándo vas a permitir que te lo hagan? Ayer volvió a llamar el vicedecano.
-¿Otra vez? ¡Te he dicho que no! ¿Un homenaje por haber perdido la vista? ¡Qué considerados! Llámalo mejor despedida. Además no quiero ver a colegas y alumnos compadeciéndose de mí, dándome la palmadita en el hombro e intentando animarme con frases vacías que ni ellos se creen.
-¿Es que no pueden tenerte cariño? ¿Así se lo pagas? Por favor: ¡llama hoy!
-Bueno, de acuerdo; ¡pero luego me dejáis todos en paz! Estoy tan cansado...
El homenaje tuvo lugar la siguiente semana. Una hora antes del acto fue recibido en el Departamento por sus colegas, que lo abrazaron con el mismo afecto sincero y la calurosa efusividad que siempre le habían profesado. Él se mostró cortésmente agradecido, pero ausente y sin dejar translucir sentimiento alguno: ¿cuándo acabaría todo?
Por fin, la maldita ceremonia. Palabras del Decano: querido compañero; excelente trabajo; un honor para nuestra Facultad que siempre será su casa; lamentamos el trágico suceso; cuente con nuestro apoyo. Aplausos.
Luego intervino Claudio, del Departamento; un estupendo amigo al que se le quebró la voz: querido Eusebio; muy afectados; cuenta con nosotros; no olvides que te apreciamos mucho; ven cuando quieras.
Por último subió un alumno al escenario, ¿cómo se llama? De primer curso, ¡y muy inteligente! Asombrosamente despierto a sus 18 años, le aguarda un brillante futuro si sigue así.
-Querido profesor: me hago eco del sentir de todos sus estudiantes. Lamentamos muchísimo lo ocurrido y deseamos su pronta reincorporación a las aulas. La discapacidad no debe impedirle el desempeño de sus funciones como docente e investigador. No queremos vernos privados de sus enseñanzas ni de su buen hacer por mucho más tiempo. Gracias, estimadísimo maestro, ¡y ánimo!
¿Qué? ¿Volver? Murmullos desaprobatorios, ¡está loco! ¿No se da cuenta de que...? No tenía que haber dicho... ¡Imprudente, poco delicado!
-Ahora cedemos la palabra a nuestro eminente profesor Olmos. Por favor... Sofía, su mujer, lo acompañó al estrado.
-Distinguido señor Decano; queridos colegas; estimados compañeros; apreciados estudiantes... -¿le temblaba la voz? ¿Se darían cuenta?- Agradezco a todos, y muy efusivamente, por este homenaje y por el afecto y el apoyo que me brindan. He atravesado un durísimo periodo -¡no, no vayas por ahí! ¡Nada de autocompasión!-, mas ahora puedo comunicarles que regresaré en breve a mi trabajo -¿Qué dices? ¡Has perdido el juicio!-. Voy a solicitar un entrenamiento en la Asociación de Ciegos y pronto me hallaré de nuevo aquí, en esta Universidad que tan bien me ha acogido. Claro que precisaré ayuda, pero sé que ustedes no me la van a negar. ¡Muchas gracias!
Aplausos; ovaciones; llanto; comentarios admirativos; bravos y más bravos; un ejemplo, superación... ¡Oh, no! ¡Imposible retener las lágrimas! ¡Maldita sea!
-¡Tranquilo! ¿Te encuentras bien? ¡Me has emocionado, no esperaba esto!
Sofía lo abrazó tendiéndole un pañuelo, que él tomó con agradecida urgencia.
-¡Gracias, cariño! Te quiero mucho y estoy muy orgullosa de ti -añadió besándolo tierna, llorosa, conmovida.
Por primera vez en seis meses, Eusebio sonrió.
Eusebio no respondió, imposibilitado por el llanto y la ansiedad que le impedían respirar normalmente. Su cerebro se obstinaba impertérrito en pasarle la misma horrenda película desde hacía ya medio año, cuando ocurriera aquel fatídico episodio que iba a transformarle la existencia:
Serían las once de la noche, tiempo gélido en pleno diciembre, y regresaba de un acto académico por la jubilación de un amigo. El día venidero auguraba ser duro: clases la primera mitad de la mañana, lectura de proyectos de sus doctorandos la segunda y recepción de un colega de Cambridge por la tarde. En estos pensamientos andaba inmerso cuando oyó un rumor tras de sí. Al darse la vuelta observó estupefacto que dos chavales atléticos y con pinta chulesca se dirigían resueltamente hacia él. Antes de que pudiera ordenar sus ideas se vio tirado en el suelo. Los chicos lo golpeaban con saña. Eusebio, dolorido y aún sin comprender, gritó pidiendo socorro mientras se esforzaba por defenderse.
-¡Calla, estúpido!
Siguió la paliza; ya no podía reaccionar. En sus últimos segundos de conciencia vio petrificado de terror al que parecía más joven dispuesto a echarle algún líquido a la cara. Despertó en el hospital; enfermo, perdido, ausente y ciego por culpa del ácido que le rociaron en los ojos antes de sustraerle todo lo que llevaba.
-¿Me has oído? ¡Ay, cielo! ¡Serénate, por favor: no te mortifiques! Estoy aquí, contigo. Respira hondo.
Eusebio se dejó abrazar, llorando con creciente desesperación y profundo abatimiento.
-¡No volveré a ver nunca; nunca más! ¡Prefiero morir!
-¡Basta, basta! Consigues que me derrumbe, y entonces no te podré auxiliar; me necesitas fuerte a tu lado. ¿No entiendes que con esa actitud desesperanzada y negándote a continuar sólo logras destruirte y hundir a todos los que te queremos?
-Ya no me queréis: os inspiro lástima. ¡Seguro que estáis cansados de mí, pobre ciego inútil!
-¿Lo crees en serio? ¿Ése es tu concepto de nosotros? ¡Vaya ofensa! A estas alturas deberías haber aprendido a conocerme un poquito. Hablarte así me cuesta la vida, me parte el corazón; pero, ¿sabes? ¡Lo hago porque me importas! ¡Reacciona de una puñetera vez! ¡Oh, qué pena; qué triste! Si pudieras hacerte una idea de hasta qué punto me duelen tu desconfianza y tu inagotable rosario de quejas… ¡Así no llegas a ninguna parte! ¿Por qué no abandonas el victimismo y te dejas ayudar? Llama a la Asociación.
-¿Para amargarme? El lunes me hicieron salir con bastón. Es horrible: ¡yo no lo conseguiré jamás!
-Ah, ¿no? Disculpa, ¡no eres el primer ciego del mundo! ¡Oh, Dios mío; lo siento! ¡No llores! ¡Calma, calma! Déjame abrazarte: ¡pobre hombre!
-¡Es que me aterra ir por la calle sin ver! Y el Braille..., ¡una tortura! Ya no podré leer, ni trabajar, ni investigar. ¿Quieres decirme qué hago en casa dependiendo de todos y jubilado con cuarenta años?
-Deja eso ahora y piensa en el homenaje: ¿cuándo vas a permitir que te lo hagan? Ayer volvió a llamar el vicedecano.
-¿Otra vez? ¡Te he dicho que no! ¿Un homenaje por haber perdido la vista? ¡Qué considerados! Llámalo mejor despedida. Además no quiero ver a colegas y alumnos compadeciéndose de mí, dándome la palmadita en el hombro e intentando animarme con frases vacías que ni ellos se creen.
-¿Es que no pueden tenerte cariño? ¿Así se lo pagas? Por favor: ¡llama hoy!
-Bueno, de acuerdo; ¡pero luego me dejáis todos en paz! Estoy tan cansado...
El homenaje tuvo lugar la siguiente semana. Una hora antes del acto fue recibido en el Departamento por sus colegas, que lo abrazaron con el mismo afecto sincero y la calurosa efusividad que siempre le habían profesado. Él se mostró cortésmente agradecido, pero ausente y sin dejar translucir sentimiento alguno: ¿cuándo acabaría todo?
Por fin, la maldita ceremonia. Palabras del Decano: querido compañero; excelente trabajo; un honor para nuestra Facultad que siempre será su casa; lamentamos el trágico suceso; cuente con nuestro apoyo. Aplausos.
Luego intervino Claudio, del Departamento; un estupendo amigo al que se le quebró la voz: querido Eusebio; muy afectados; cuenta con nosotros; no olvides que te apreciamos mucho; ven cuando quieras.
Por último subió un alumno al escenario, ¿cómo se llama? De primer curso, ¡y muy inteligente! Asombrosamente despierto a sus 18 años, le aguarda un brillante futuro si sigue así.
-Querido profesor: me hago eco del sentir de todos sus estudiantes. Lamentamos muchísimo lo ocurrido y deseamos su pronta reincorporación a las aulas. La discapacidad no debe impedirle el desempeño de sus funciones como docente e investigador. No queremos vernos privados de sus enseñanzas ni de su buen hacer por mucho más tiempo. Gracias, estimadísimo maestro, ¡y ánimo!
¿Qué? ¿Volver? Murmullos desaprobatorios, ¡está loco! ¿No se da cuenta de que...? No tenía que haber dicho... ¡Imprudente, poco delicado!
-Ahora cedemos la palabra a nuestro eminente profesor Olmos. Por favor... Sofía, su mujer, lo acompañó al estrado.
-Distinguido señor Decano; queridos colegas; estimados compañeros; apreciados estudiantes... -¿le temblaba la voz? ¿Se darían cuenta?- Agradezco a todos, y muy efusivamente, por este homenaje y por el afecto y el apoyo que me brindan. He atravesado un durísimo periodo -¡no, no vayas por ahí! ¡Nada de autocompasión!-, mas ahora puedo comunicarles que regresaré en breve a mi trabajo -¿Qué dices? ¡Has perdido el juicio!-. Voy a solicitar un entrenamiento en la Asociación de Ciegos y pronto me hallaré de nuevo aquí, en esta Universidad que tan bien me ha acogido. Claro que precisaré ayuda, pero sé que ustedes no me la van a negar. ¡Muchas gracias!
Aplausos; ovaciones; llanto; comentarios admirativos; bravos y más bravos; un ejemplo, superación... ¡Oh, no! ¡Imposible retener las lágrimas! ¡Maldita sea!
-¡Tranquilo! ¿Te encuentras bien? ¡Me has emocionado, no esperaba esto!
Sofía lo abrazó tendiéndole un pañuelo, que él tomó con agradecida urgencia.
-¡Gracias, cariño! Te quiero mucho y estoy muy orgullosa de ti -añadió besándolo tierna, llorosa, conmovida.
Por primera vez en seis meses, Eusebio sonrió.
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