-¡Tranquilo, amor mío! ¿Has vuelto a soñar?
Eusebio no respondió, imposibilitado por el llanto y la ansiedad que le impedían respirar normalmente. Su cerebro se obstinaba impertérrito en pasarle la misma horrenda película desde hacía ya medio año, cuando ocurriera aquel fatídico episodio que iba a transformarle la existencia:
Serían las once de la noche, tiempo gélido en pleno diciembre, y regresaba de un acto académico por la jubilación de un amigo. El día venidero auguraba ser duro: clases la primera mitad de la mañana, lectura de proyectos de sus doctorandos la segunda y recepción de un colega de Cambridge por la tarde. En estos pensamientos andaba inmerso cuando oyó un rumor tras de sí. Al darse la vuelta observó estupefacto que dos chavales atléticos y con pinta chulesca se dirigían resueltamente hacia él. Antes de que pudiera ordenar sus ideas se vio tirado en el suelo. Los chicos lo golpeaban con saña. Eusebio, dolorido y aún sin comprender, gritó pidiendo socorro mientras se esforzaba por defenderse.
-¡Calla, estúpido!
Siguió la paliza; ya no podía reaccionar. En sus últimos segundos de conciencia vio petrificado de terror al que parecía más joven dispuesto a echarle algún líquido a la cara.
Despertó en el hospital; enfermo, perdido, ausente y ciego por culpa del ácido que le rociaron en los ojos antes de sustraerle todo lo que llevaba.
-¿Me has oído? ¡Ay, cielo! ¡Serénate, por favor: no te mortifiques! Estoy aquí, contigo. Respira hondo.
Eusebio se dejó abrazar, llorando con creciente desesperación y profundo abatimiento.
-¡No volveré a ver nunca; nunca más! ¡Prefiero morir!
-¡Basta, basta! Consigues que me derrumbe, y entonces no te podré auxiliar; me necesitas fuerte a tu lado. ¿No entiendes que con esa actitud desesperanzada y negándote a continuar sólo logras destruirte y hundir a todos los que te queremos?
-Ya no me queréis: os inspiro lástima. ¡Seguro que estáis cansados de mí, pobre ciego inútil!
-¿Lo crees en serio? ¿Ése es tu concepto de nosotros? ¡Vaya ofensa! A estas alturas deberías haber aprendido a conocerme un poquito. Hablarte así me cuesta la vida, me parte el corazón; pero, ¿sabes? ¡Lo hago porque me importas! ¡Reacciona de una puñetera vez! ¡Oh, qué pena; qué triste! Si pudieras hacerte una idea de hasta qué punto me duelen tu desconfianza y tu inagotable rosario de quejas… ¡Así no llegas a ninguna parte! ¿Por qué no abandonas el victimismo y te dejas ayudar? Llama a la Asociación.
-¿Para amargarme? El lunes me hicieron salir con bastón. Es horrible: ¡yo no lo conseguiré jamás!
-Ah, ¿no? Disculpa, ¡no eres el primer ciego del mundo! ¡Oh, Dios mío; lo siento! ¡No llores! ¡Calma, calma! Déjame abrazarte: ¡pobre hombre!
-¡Es que me aterra ir por la calle sin ver! Y el Braille..., ¡una tortura! Ya no podré leer, ni trabajar, ni investigar. ¿Quieres decirme qué hago en casa dependiendo de todos y jubilado con cuarenta años?
-Deja eso ahora y piensa en el homenaje: ¿cuándo vas a permitir que te lo hagan? Ayer volvió a llamar el vicedecano.
-¿Otra vez? ¡Te he dicho que no! ¿Un homenaje por haber perdido la vista? ¡Qué considerados! Llámalo mejor despedida. Además no quiero ver a colegas y alumnos compadeciéndose de mí, dándome la palmadita en el hombro e intentando animarme con frases vacías que ni ellos se creen.
-¿Es que no pueden tenerte cariño? ¿Así se lo pagas? Por favor: ¡llama hoy!
-Bueno, de acuerdo; ¡pero luego me dejáis todos en paz! Estoy tan cansado...
El homenaje tuvo lugar la siguiente semana. Una hora antes del acto fue recibido en el Departamento por sus colegas, que lo abrazaron con el mismo afecto sincero y la calurosa efusividad que siempre le habían profesado. Él se mostró cortésmente agradecido, pero ausente y sin dejar translucir sentimiento alguno: ¿cuándo acabaría todo?
Por fin, la maldita ceremonia. Palabras del Decano: querido compañero; excelente trabajo; un honor para nuestra Facultad que siempre será su casa; lamentamos el trágico suceso; cuente con nuestro apoyo. Aplausos.
Luego intervino Claudio, del Departamento; un estupendo amigo al que se le quebró la voz: querido Eusebio; muy afectados; cuenta con nosotros; no olvides que te apreciamos mucho; ven cuando quieras.
Por último subió un alumno al escenario, ¿cómo se llama? De primer curso, ¡y muy inteligente! Asombrosamente despierto a sus 18 años, le aguarda un brillante futuro si sigue así.
-Querido profesor: me hago eco del sentir de todos sus estudiantes. Lamentamos muchísimo lo ocurrido y deseamos su pronta reincorporación a las aulas. La discapacidad no debe impedirle el desempeño de sus funciones como docente e investigador. No queremos vernos privados de sus enseñanzas ni de su buen hacer por mucho más tiempo. Gracias, estimadísimo maestro, ¡y ánimo!
¿Qué? ¿Volver? Murmullos desaprobatorios, ¡está loco! ¿No se da cuenta de que...? No tenía que haber dicho... ¡Imprudente, poco delicado!
-Ahora cedemos la palabra a nuestro eminente profesor Olmos. Por favor...
Sofía, su mujer, lo acompañó al estrado.
-Distinguido señor Decano; queridos colegas; estimados compañeros; apreciados estudiantes... -¿le temblaba la voz? ¿Se darían cuenta?- Agradezco a todos, y muy efusivamente, por este homenaje y por el afecto y el apoyo que me brindan. He atravesado un durísimo periodo -¡no, no vayas por ahí! ¡Nada de autocompasión!-, mas ahora puedo comunicarles que regresaré en breve a mi trabajo -¿Qué dices? ¡Has perdido el juicio!-. Voy a solicitar un entrenamiento en la Asociación de Ciegos y pronto me hallaré de nuevo aquí, en esta Universidad que tan bien me ha acogido. Claro que precisaré ayuda, pero sé que ustedes no me la van a negar. ¡Muchas gracias!
Aplausos; ovaciones; llanto; comentarios admirativos; bravos y más bravos; un ejemplo, superación... ¡Oh, no! ¡Imposible retener las lágrimas! ¡Maldita sea!
-¡Tranquilo! ¿Te encuentras bien? ¡Me has emocionado, no esperaba esto!
Sofía lo abrazó tendiéndole un pañuelo, que él tomó con agradecida urgencia.
-¡Gracias, cariño! Te quiero mucho y estoy muy orgullosa de ti -añadió besándolo tierna, llorosa, conmovida.
Por primera vez en seis meses, Eusebio sonrió.
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¡Sencillamente... maravilloso! ¡Porque los que mejor hacen las cosas, muchas veces, por no decir todas, son los que se salen de lo estipulado, los que no están de acuerdo con muchas formas de actuar de hoy en día, los que de verdad hacen lo que les gusta, sin pensar en lo que otros puedan decir! ¡Gracias Rocío, mil gracias!
ResponderEliminarEl alumno le dá un giro magnífico al relato, me ha gustado Rocío.
ResponderEliminarEs en los momentos eternos de lo desconocido,cuando necesitamos estar atentos a lo que nuestro entorno nos puede brindar. En este caso, la permanencia en el aburrimiento, abre la buena nueva que el alumno ofrece. Ahora sí, es necesario aceptar el reto de lo desconocido y crear nuevas formas de continuar nuestros proyectos o inventar uno nuevo.
Si permanecemos en el regodeo de nuestros infortunios, la vida se vuelve tridte y nos dá mal color y hasta mal olor...Que salga la vida al sol!!! Como decía Gloria Fuertes.
Muchas gracias, siempre me animas. La historia está tan condensada porque tenía límite de palabras, la presenté originalmente un concurso de la Once. Tal vez peca demasiado de simple, poco desarrollada...
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