martes, 13 de marzo de 2018
Las víctimas más vulnerables: Réquiem por un "pescaíto".
Gabriel tenía ocho años y quería ser biólogo marino. Su afición le procuró hasta un mote: El Pescaíto. Quizás hubiese aportado mucho, contribuyendo al progreso de nuestra castigada especie. Nunca lo sabremos, por desgracia. Los sueños y aspiraciones de este niño fueron cruelmente truncados; cercenados por el hacha de una maldad que, sin propósito o razón evolutiva aparente, habita en nosotros. Tal es el Homo Sapiens Sapiens, al que hoy llamaría Insipiens Insipiens: capaz de crear las obras más sublimes y, al mismo tiempo, de cometer acciones increíblemente bajas, abyectas y cobardes. Cobarde en grado sumo es aquél que ataca al indefenso; quien daña sin miedo a represalias; quien abusa de la fragilidad o inferioridad del otro. Vil y psicópata ha de ser la persona que, sin escrúpulos, osa levantar la mano contra una tierna criaturita,, hiriéndola o matándola. ¿Insensibilidad patológica? ¿Disfunción mental? ¿Odio recalcitrante contra el mundo? ¡Pobres niños que sufren a diario violencia y maltrato, privados de la seguridad y el bienestar necesarios para que su cerebro se desarrolle con garantías! ¿Sois conscientes de que las secuelas pueden durar toda la vida? Trastornos mentales y otras perturbaciones neurológicas; problemas de crecimiento; fobias; estrés crónico... Nuestra máquina rectora concluye su desarrollo a los 24 años, más o menos. Lo que hagamos con los niños durante este periodo clave es de vital importancia. Hablo del daño físico y del psíquico, obviamente. ¡Pobres mártires de la ignominia!
Todos hemos llorado por Gabriel experimentando oleadas de rabia, pena e incredulidad. Hemos vuelto a preguntar al aire, como tantas veces ante crueldades e injusticias: "¿por qué?". El silencioso e incisivo grito amenaza taladrarnos la mente y hacernos enloquecer mientras se repite con perentoria urgencia de explicación: "¿por qué, por qué, por qué, por qué?". No hallará respuesta; no comprenderá nunca, aunque proclame su angustioso dolor a los cuatro vientos: "¿por qué, por qué, por qué?".
De nuevo, la tristeza sin límites nos asola al comprobar la magnitud de nuestras peores acciones y la ya depauperada fe en el género humano desciende varios puntos. Cada cual busca consuelo a su modo. Un abrazo es, indubitablemente, la medicina más eficaz: contacto físico; protección reconfortante; calma; empatía; amor... Desde estas líneas os mando el mío, lleno de fuerza y afecto. Asimismo traslado mi apoyo y mi más sentido pésame a la familia de Gabriel Cruz. ¡Adiós, Pescaíto!
Teléfono ANAR: ayuda a niños y adolescentes en riesgo.
Queridos niños: ¡escuchadme ahora, por favor! Si alguien os maltrata, os amenaza, abusa de vosotros..., ¡no os calléis; jamás! ¡No tengáis miedo y pedid ayuda! En caso de que no os atreváis a comunicárselo a una persona de vuestro entorno (familiar, amigo, profesor), marcad el 900202010: ¡los datos de la llamada se tratarán en secreto! ¡Ánimo, mis valientes! ¡Gracias, pequeños, por confiar en quienes ansiamos vuestro bien!
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El asesinato de un niño deja un vacío inmenso y un dolor terrible. Son tan confidos, tan débiles... Tan niños... Qué dificil comprender al asesino/a,qué dificil controlar la agresividad que suscita. Como consolar a sus padres? No, no hay consuelo porque no alcanzamos a comprender nada de nada.
ResponderEliminarHechos tan terribles nos recuerdan que el ser humano no es tan humano ni tan fiable. Me quedo vacía, sin palabras... Y me viene a la mente esas palabras de compasión que su propia madre ha dicho. Es el contrapeso inconmensurable al odio y la venganza visceral y también humano. Paz a todos.