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martes, 9 de marzo de 2010

Un ejemplo de superación


Voy a remontarme a octubre de 1997, a mis inicios universitarios: TEMPUS FUGIT. Como opinaba sabiamente un técnico de rehabilitación de la ONCE de Granada, mi mayor defecto y mi mayor virtud eran aquellos 17 años con los que, por así decir, salí al mundo. El tiempo ha pasado, por desgracia a velocidad de vértigo, y me cuesta trabajo imaginar que fuese entonces tan ingenua, inexperta, apocada e inocente. Sí: aquel primer año en la Universidad de Granada constituyó mi salida abrupta de la adolescencia.
Pero no pretendía dirigiros un capítulo de las memorias de una nostálgica, ni mucho menos, sino hablar de mi amigo Pepe, a quien conocí días después de mi ingreso en la Facultad. Yo me matriculé en Historia con idea de acceder al segundo ciclo de Musicología; circunstancias relacionadas con la inaccesibilidad de partituras y documentos me llevaron a cambiar de carrera en 1998, pero ésa es otra cuestión. El caso es que Pepe fue mi compañero de clase aquel primer curso universitario. Tenía veintiséis años cuando lo conocí. Al hablar con él y enterarme de su historia, no pude menos que experimentar una profunda admiración.
Empezó a trabajar muy joven, a los quince años creo. A pesar de su inteligencia y su brillantez (gran bibliófilo y amante de la Historia desde muy pequeño), optó por no concluir sus estudios de Bachillerato y estuvo desempeñando varias ocupaciones hasta que ingresó en el Ejército. Sin embargo, en enero del 96 su vida dio un vuelco: un accidente en la base de Cerro Muriano durante unas prácticas con explosivos provocó la muerte del teniente y heridas en diez soldados, dos en estado muy grave. Uno de ellos era Pepe, quien perdió la visión, parte de la audición y hubo de sufrir la amputación de una pierna. "Mis dos aficiones principales eran leer y correr y de pronto vi que no podía hacer nada de eso" -evocaba. A pesar de las dramáticas circunstancias de su situación supo desde el primer momento que quería vivir, así me lo dijo en tan emotiva charla. Por eso se aferró con fuerza a todo aquello por lo que merece la pena seguir adelante. Gracias a su increíble voluntad, a un inquebrantable espíritu de superación, logró habituarse rápidamente al nuevo estado de cosas. Un año y medio después del trágico accidente se casó con Adela, que ya era su novia desde hacía años y a quien conocí también por aquellas fechas.
"Decidí que había llegado el momento de dedicarme a lo que siempre me había gustado" -me comentó también ese día en su casa, cuando relató para mí los acontecimientos que le cambiaron la vida. La Historia había sido su gran pasión: ¿por qué no estudiarla? Había aprendido a leer en Braille, pero prefería los libros en cinta o en soporte informático. Ahora podía consagrarse a la lectura sin problemas, tomar apuntes, escanear material... Estudiar, en definitiva. Así que se presentó a las pruebas de acceso a la Universidad para mayores de 25 años y en 1997 ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de Granada.
Pepe, Adela y yo intimamos rápidamente. Yo admiré desde el principio la calidad humana de esta pareja, su altruismo, su amor. Se habían convertido en mis referentes en aquella nueva etapa y jamás olvidaré su importante apoyo, pues he de decir que la sombra de la depresión cayó sobre mí en esos primeros meses universitarios, motivada por razones que no viene al caso enumerar. Ellos que habían sufrido tanto, ellos que habían experimentado problemas reales, trataban de insufrlar ánimo a una jovencita de 17 años que se creía la más desgraciada del Universo. Todavía me avergüenzo al rememorar tal egoísmo. Sí: las perturbaciones mentales nos hacen perder la perspectiva...

Durante los cursos siguientes continué frecuentando a mis dos bondadosos amigos, aunque ya no nos viésemos tanto. Pepe descolló en Historia maravillando desde el primer momento a profesores y compañeros. Al poco vino Ciro, su primer hijo, y unos años después lo siguió Darío.
Le dedico este artículo porque ayer gocé del enorme privilegio de asistir a la defensa de su tesis doctoral, centrada en el periodo que transcurre desde la muerte de Justiniano I en 565 hasta la conquista de Alejandría en 642 con tres ejes principales: Bizancio, los persas y los árabes. Ha sido un trabajo enormemente exhaustivo, de más de novecientas páginas y defendido con gran brillantez. El Tribunal le ha concedido la calificación de sobresaliente cum laude por unanimidad: no es para menos.
Me considero muy honrada por formar parte del círculo de amigos de alguien tan valioso y espero tener siempre presente la enorme lección que constituye su vida. No puedo dejar de sentirme culpable al pensar cómo muchos de nosotros nos agobiamos por nimiedades hasta tal punto que se nos antojan problemas insondables. Pepe, aparentemente abandonado por Fortuna, supo ganarle la batalla desafiando la adversidad y demostrándonos a todos que, si nos empeñamos con ahínco, nada es imposible. ¡Gracias, amigo!