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miércoles, 28 de junio de 2017

Miguelín: el pequeño mecenas de la ciencia.



Ver noticia en El Mundo.
En esta sociedad materialista y cada vez más deshumanizada, en la que los niños, víctimas de un sistema educativo deficiente y absurdo, se ven contagiados de la incultura y la frivolidad de sus mayores, historias como la de Miguelín nos hacen verter lágrimas y reconciliarnos una vez más con nuestra castigada especie.
Este chico hizo su primera comunión en mayo. Preguntado por los regalos que desearía, respondió que no precisaba nada; el padre le propuso donar el importe a la ciencia y Miguel aceptó encantado, destinando sus 5.900 euros a la investigación del cáncer infantil a través de Francisco Mojica y Apadrina la ciencia. La mejor tesis doctoral sobre cáncer infantil realizada por un joven investigador será merecedora del premio Miguelín, así como el Laboratorio marco de dicho trabajo.

No puedo dejar de pensar en la cantidad de niños que, aun recibiendo insultantes montañas de regalos, se muestran perpetuamente infelices y desagradecidos, dedicando a cada obsequio cinco segundos y exigiendo más, más, más... No valoran en absoluto lo que tienen; no dan precio al esfuerzo. Impelidos ya en estas tempranas edades por el consumismo desenfrenado que ven en televisión, en los mayores y en sus propios coetáneos, han entrado en esa espiral diabólica del poseer; no importa qué, no importa cómo. En cualquier caso, más que su vecino; más que su amigo; lo último, lo que se lleva, lo nuevo... Mientras se vuelven insulsos, competitivos, perversos y violentos. Ya no leen; no curiosean; no exploran; no investigan. Quieren, quieren, quieren..., y en realidad no saben lo que desean, precisamente por eso: porque necesitan, habrían necesitado a alguien que les hubiese marcado unas pautas; que les hubiera dado un contexto moral, una escala de valores. Desposeídos de ella la exigen sin saberlo a base de gritos, patadas, rabietas y eterna desdicha. Se puede uno imaginar fácilmente qué será de esta generación perdida en el futuro.

Con Miguelín observamos cuán sencillo resulta esto si contamos con una buena educación desde el principio; si los padres dedican a sus hijos tiempo, amor, paciencia, bondad y sensatez. Sin mimarlos o consentirlos, sin superprotegerlos, los quieren; por tanto, les prohíben. ¡Ay del que permite todo a sus críos por no verlos sufrir! Los convertirá en unos desgraciados que, cuando descubran que no todo vale, percibirán que es demasiado tarde y ya no habrá medio de controlar unas ciegas oleadas de despecho que los irán abrumando siempre y que pagarán con los demás, con el universo en su conjunto, adoptando como filosofía el nihilismo destructor.

Desde aquí, pues, doy las gracias y un fuerte abrazo a Miguelín y a sus padres e insto a otros niños, a otros adultos a hacer lo mismo. ¡Todos podemos donar a la investigación! ¡La ciencia es progreso, futuro, necesario avance! ¡Todos podemos regalar a nuestros hijos una educación exquisita! ¡No los ahoguemos en un mundo de caprichos fútiles y vacuos! Aunque parezca que no, ¡resulta bastante fácil! Sentido común: ¡sólo eso! Por favor: ¡hagámoslo! La especie nos lo agradecerá.

martes, 27 de junio de 2017

Incendios deliberados: ¡Una lacra imperdonable!


El sábado nos dio un vuelco el corazón con la noticia del incendio declarado en las inmediaciones del parque natural de Doñana (Huelva). La semana anterior vivimos una catástrofe en Portugal, y no mencionamos otros fuegos que van apareciendo, avivados por las altas temperaturas.
Ya es dramático, tristísimo el hecho de contemplar impasibles cómo arden nuestros bosques; cómo reducimos nuestra casa a cenizas. Pero cuando constatamos que la inmensa mayoría de estos atentados los provoca la mano del hombre, con intención expresa de quemar, destruir y recalificar... ¿Somos suicidas? ¿Estamos locos? Y los gobiernos, ¿permiten reurbanizar las zonas? ¿Por qué no obligan a reforestar? ¿Hasta dónde va a llegar la especulación, hasta que no podamos respirar? ¿Tan imbécil, insensata, ignorante es la raza humana? ¿Tanta falta de consideración muestra? Ellos, pobres y cortos de miras, lo hacen pensando en el beneficio inmediato; pero..., ¿tan ciegos están? ¿Por qué no se endurece la legislación al respecto y se juzga a estos individuos como lo que son, criminales?
Me cuesta creer que existan personas capaces de dañar deliberadamente el entorno. Si no respetan el medio ambiente, no se valoran tampoco a sí mismos. Como siempre, todo pasa por una correcta educación: desde la familia, desde el colegio. La Naturaleza es nuestro marco; es un preciado regalo; es el equilibrio; es nuestro pequeño y pálido planeta Tierra donde, por múltiples circunstancias azarosas que requirieron millones de años de evolución, hoy se ha desarrollado la vida. ¿No comprendemos el valor cuasi milagroso de tan bello cúmulo de casualidades? ¿Va a ser el Homo Sapiens Sapiens quien le ponga fin?
Gobiernos como el de China, el de Estados Unidos y muchos otros se pasan por el forro lo del cambio climático y envenenan la atmósfera sin miramiento ni precauciones con gases de efecto invernadero. El aire cada vez es menos puro, y en grandes ciudades como Madrid se empieza a limitar el hacer ejercicio al raso. ¡Por favor, no minusvaloremos el alcance de esta polución! Los niños y los ancianos son las principales víctimas, pero pasamos por alto o no relacionamos muchos cánceres y otras patologías, muchas muertes con el fenómeno. Los coches eléctricos y las placas solares siguen sin imponerse, y no pensamos por ejemplo en prohibir los motores diésel, que contaminan muchísimo más que los de gasolina; o en frenar de algún modo nuestra dependencia de los combustibles fósiles y optar por energía limpia. El Sol está ahí, fastidiándonos increíblemente ahora en verano, especialmente a quienes vivimos en zonas castigadas por su implacabilidad. ¡Démosle cauce! ¡Subvencionen a quienes quieran instalar placas solares, en lugar de cargarlos de impuestos!

Nuestra esperanza es la fusión nuclear, cuando la logremos; pero, entre tanto, hay muchísimo que se puede hacer. ¡No esperemos a que sea demasiado tarde! ¡No frivolicemos! ¿Qué herencia vamos a dejar a los nietos?
Os incluyo una petición de Change para que se reforeste la zona afectada por el incendio de Huelva:
Change.org: ¡reforesten Doñana!
Nuestro futuro depende de lo que hagamos hoy.

domingo, 25 de junio de 2017

Mis maestros.



«La curiosidad y el afán de resolver dilemas constituyen el sello distintivo de nuestra especie».
Carl Sagan.
“Remember to look up at the stars and not down at your feet. Try to make sense of what you see and wonder about what makes the universe exist. Be curious. And however difficult life may seem, there is always something you can do and succeed at. It matters that you don't just give up.”
Stephen Hawking.
"Si cada año estuviéramos ciegos por un día, gozaríamos en los restantes trescientos sesenta y cuatro".
Isaac Asimov.
"Hay defectos, alteraciones, enfermedades y trastornos que pueden desempeñar un papel paradójico, revelando capacidades, desarrollos, evoluciones, formas de vida latentes que podrían no ser vistos nunca, o ni siquiera imaginados, en ausencia de aquéllos".
Oliver Sacks.
Ayer comencé y terminé, en una tarde, "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero", de Oliver Sacks; y hoy, en una mañana, he devorado "Con una sola pierna". Parece dominarme una hiperlexia compulsiva, porque hace hora y media inicié "Un antropólogo en Marte", siendo ésta la séptima obra del genial neurólogo que tengo en mis manos. La primera, obviamente, fue "Musicofilia". ¡Por fin alguien que aplica la música al tratamiento clínico, con excelentes resultados! Estaba tan fascinada aquellos días de enero que, apenas hube concluido la última palabra, me fui a la página de Sacks para escribirle, darle las gracias y hablarle de mi propia experiencia con la música y con los deseos depresivos de autoaniquilación. Pero... ¡No! ¡Había muerto el 30 de agosto de 2015! Si me lo hubieran presentado antes..., si le hubiese escrito antes..., ¡tal vez me habría dado norte! Yo me hubiera desplazado a Nueva York en busca de ayuda; de los placeres perdidos; de mi identidad ahogada: ¡a Nueva York y adonde fuese para recobrar la vida que se hundía en una absurda ciénaga de anhedonia!
¡Sacks! ¡Querido Oliver! ¿Qué le pasaba a mi cerebro? Ya lo sé, una vulgar aunque terrible depresión; ni siquiera soy original en esto, pero..., ¿por qué se anhela la autodestrucción? ¿No es el principal cometido de nuestra máquina rectora la supervivencia, aunque para ello tenga que engañarnos? Un día soñé que lograbas apagar ese ansia; ese odio hacia mí misma,; ese TAEDIUM VITAE, en aquel largo periodo de autodesprecio. ¿Lo hubieras hecho? ¿Me habrías curado? ¿Me habrías conducido, mediante tu amor y tu profesionalidad, hacia la vida y sus dichas felizmente recobradas? ¡Oh, gran genio; médico humanísimo! ¿Habrías confortado a esa pobre criatura enferma, abúlica y plena de desesperanza, a ese espectro que era yo?

Dime otra cosa: ¿por qué no me llegaba la música? ¡Yo, que no puedo vivir sin ella...! ¿Por el trastorno en la neurotransmisión serotoninérgica, la avería del sistema límbico? Háblame de ese estado pétreo; de ese coma emocional; de esa insensibilidad; yo, que suelo conmoverme ante cualquier pequeño atisbo de belleza. Doctor Sacks, ya no podrás responderme nunca. Si en ese periodo convulso te hubiera visitado, hubiese hablado contigo, me hubieras tendido tu comprensiva mano..., ¿habría cambiado algo? Leyendo tu obra admiro esa calidez, esa empatía, ese cariño hacia todos tus pacientes y sus casos; ese hondo, urgente deseo de ayudar. ¡Me habrías auxiliado, lo sé! ¡Habrías dejado un hueco en tu agenda para esta pobre perdida, tragada por el abismo, engullida sin remedio en el agujero negro de la desesperación más absoluta! ¿Sin remedio? Eso creía yo entonces.

El 1 de abril de 2016 se produjo mi renacimiento, y las sensaciones que experimenté los primeros días me recuerdan mucho a lo que expone Sacks tras recobrar la conciencia de su pierna alienada. De pronto todo era hermoso, increíblemente hermoso; como nunca lo había visto. Mi yo interior me reprendía: "¿cómo has estado ciega a esta maravilla?". El canto de los pájaros, la naturaleza primaveral, los fragantes olores; la renovada capacidad de disfrute, por fin, de la música y de cualquier otra cosa... Y ellos, los demás; mis amigos y familiares dispuestos a quererme, a abrazarme, a compartir magníficos momentos conmigo sin llamarme tonta, pesada, neurótica o ignorante.
Pronto apareció Stephen Hawking tirándome de los axones con perentoria urgencia: "¿a qué esperas? ¡Aprende! ¡Pregunta! ¡Descubre! ¡Contempla las maravillas del universo! ¡Asómbrate a cada instante con lo que te rodea! Mira a tu alrededor, ¡pobre anécdota cósmica! ¡No desperdicies tantos millones de años de evolución en un lamento perpetuo! ¡No arrojes por la borda tu tiempo particular, ese gran tesoro! ¡Ponte en movimiento sin perder un segundo más!".
Asimov me pidió luego que leyese; que me dejase guiar por maestros pasados y presentes; que me olvidara de las maquinitas y de lo superfluo para pertenecer, por qué no, a una élite; a un grupo diferente por minoritario, pero no estigmatizado por su anormalidad estadística. ¡Podía hacerlo sin ser tildada de excéntrica o rara! "Sí, puedes y debes -me respondió con una ligera sonrisa-. Además, ¿qué pasa si te califican de extraña? ¿Tanto te importa? ¿Qué es la normalidad, lo aceptable? ¿Podrías definírmelo?". "No, lo desconozco; sería lo estadísticamente más abundante..., pero entonces tendría que dejar a Bach, por ejemplo". "¿Quién establece, según tú, los patrones que han de ser aceptados? ¿De quién esperas el reconocimiento? Por favor: ¡sé tú misma!". "¡Basta, me has convencido! ".
Al poco llegó Carl Sagan con su canto poético a la vida; su lírica visión del Cosmos y las civilizaciones. ¡Cuánto me conmovió! ¡Cómo me enriqueció!

Ellos son ahora mis maestros, los que me han puesto en el camino de mi apertura al mundo; de mi mirada curiosa; de la sorpresa diaria ante cualquier pequeño prodigio que se encierra en lo cotidiano. ¡Gracias, gracias, de verdad! Prometo no pasar por alto esos regalos; esos instantes dichosos. Prometo no abandonar el deseo de descubrir. Seguiré preguntando; indagando; interesándome; esforzándome; construyéndome. Y si me acusan de simple y se niegan a explicarme, buscaré a los guías adecuados. No es tonto el que quiere saber. ¿Por qué hay tantos que rehúsan enseñar?
"Hay preguntas ingenuas, preguntas tediosas, preguntas mal formuladas, preguntas planteadas con una inadecuada autocrítica. Pero toda pregunta es un clamor por entender el mundo. No hay preguntas estúpidas".
Carl Sagan.

martes, 13 de junio de 2017

En sus manos.

"Pero yo creo que la mente libre e investigadora del individuo es la cosa más valiosa del mundo. Y por eso lucharé a favor de la libertad de pensamiento, para que pueda seguir la dirección que desee, sin imposiciones ni ataduras. Y lucharé contra cualquier idea, religión o gobierno que limite o destruya al individuo".
John Steinbeck: AL ESTE DEL EDÉN.
“El aspecto más triste de la vida actual es que la ciencia gana en conocimiento más rápidamente que la sociedad en sabiduría”.
Isaac Asimov.
I
Alan se despertó sobresaltado: ¿había oído golpes en la puerta, o era sólo fruto de su imaginación? Pero no: violentos e insistentes porrazos lo sacaron de toda duda, arrojándolo por completo de las pacíficas regiones del sueño.
-¡Abra! Somos funcionarios del Estado. Se trata de un asunto de gran importancia.
-Pero..., ¿a estas horas? Deben de haberse equivocado.
-¡De ningún modo! Usted es el profesor Ringe, neurocientífico, programador informático, investigador...
-¿Qué quieren de mí?
-Tenga la bondad de abrirnos la puerta y se lo explicaremos tranquilamente.
Alan obedeció, aún aturdido, y hubo de frotarse los ojos creyendo haber vuelto a la profundidad de los laberintos oníricos: tres hombres armados con pistolas paralizantes lo rodearon.
-Será mejor que colabore; no queremos hacerle daño.
-¡Oh! ¡Socorro, me atacan!
La fuerte descarga lo dejó aturdido e incapaz de cualquier otra reacción. Sus captores lo ataron, lo amordazaron y le vendaron los ojos.
Alan no salía de su asombro. Fue introducido en un automóvil, que recorrió un trecho de quince minutos..., ¿o estaba dando vueltas por el mismo sitio? Finalmente se detuvo en algún lugar tranquilo. Le retiraron la venda y lo hicieron caminar, escoltado y con las manos atadas a la espalda, hasta una casa cercana; no muy grande, no muy nueva, con un pequeño jardín. Lo condujeron al salón y lo obligaron a sentarse en el sofá, sin aminorar un ápice la vigilancia.
-Somos del Servicio de Inteligencia.
-¿Cómo? ¡Me retienen contra mi voluntad! ¡Me han secuestrado! Los denunciaré y...
-No puede hacer nada. Repito que no queremos causarle daño y, si colabora, todo irá bien.
-Pero, ¿cómo se permiten estas prácticas? ¡vivimos en un Estado de derecho!
-Olvídelo. La Policía Secreta tiene sus propias leyes. Ahora haga el favor de hablarnos de las investigaciones que está llevando a cabo.
-¿Para qué?
-¡Maldita sea: no nos haga perder más tiempo! ¿o acaso está pidiendo otra ráfaga de descargas?
-¡No, por favor: se lo ruego!
-Bien: en su último artículo, publicado por revistas científicas de prestigio internacional, expone la posibilidad de controlar la mente de cualquier persona.
-¡No, no es eso! Se trataría de estimular, según convenga, diferentes regiones del cerebro, implantando un microordenador que sería accionado por control remoto. Podría accederse al cerebro de estos pacientes desde cualquier lugar, a través de un sistema de claves que nos haría conectar con su computador interno. Aplicaríamos descargas en diversas áreas dañadas para mantenerlas permanentemente en su normal funcionamiento, o por el contrario reduciríamos la excesiva actividad que caracteriza a muchas dolencias; todo ello a través de flujos o interrupción de corriente dirigidos a distancia con precisión nanométrica. Así liberaríamos quizás a muchos paralíticos por enfermedades neurológicas, o reduciríamos el dolor crónico, o contribuiríamos a la sensible mejora de trastornos mentales como la depresión, las manías, la hiperactividad o la esquizofrenia. Diversos especialistas de todo el mundo, debidamente autorizados, podrían tratar a estos enfermos sin las incomodidades inherentes a los continuos desplazamientos y al elevado coste.
-¿Se da cuenta de lo que eso significa?
-¡Claro: toda una revolución! Nos quedan muchos frentes de estudio, pero los resultados de que disponemos hasta ahora son sumamente alentadores.
-No me refiero a eso, sino al control mental.
-¿Cómo?
-Ustedes pueden manejar cerebros a distancia.
-Bueno, en cierto modo... Se trata de activar diversas regiones: la corteza motora primaria en paralíticos por trastornos neurológicos; el nucleus accumbens para determinadas dolencias psíquicas; el área de Broca o la de Wernicke ante afasias y otros trastornos del lenguaje... Un equipo de especialistas ha de estar vigilante, sobre todo en las primeras sesiones; pero se puede trabajar a distancia, observando al paciente por videoconferencia y monitorizando su cerebro. Cuando tuviéramos los datos de cómo han de ser estimuladas dichas regiones cerebrales en cada caso concreto y hubiésemos enseñado a nuestra máquina a interactuar con el resto del organismo, el tratamiento sería automatizado por el programa y podría aplicarse convenientemente sin gastos adicionales o incómodos y tediosos procedimientos. El microchip inteligente y programable llegaría a actuar como si fuera la parte inoperativa o lesionada, reemplazándola de forma totalmente compatible y sin ulteriores secuelas. En muchos casos es indispensable el tratamiento con psicofármacos u otras drogas, y las alteraciones bioquímicas del cerebro serían igualmente detectadas y procesadas. El sistema de programación es muy laborioso para ser explicado aquí.
-Pero..., ¿no se da cuenta? Está diciendo que es posible controlar cualquier mente, manejarla a voluntad.
-No: yo no...
-¡Cállese! Esa técnica sería un arma poderosísima para políticos, multinacionales..., ¡todo ente u organismo que aspire al poder mediante el control absoluto! Un medio perfecto de manipulación.
-En ningún momento pretendimos...
-¡Sí, claro! Ustedes trabajan por el bien de la Humanidad y sólo buscan el progreso, ¿cierto? Quieren reducir el porcentaje de enfermedades, publicar artículos y cosechar premios, para erigirse en héroes salvadores.
-Disculpen: me dedico desde hace años a la investigación. Si algunos de nuestros trabajos resultan útiles y contribuyen a erradicar dolencias hasta ahora incurables, así como a ampliar el conocimiento de nuestro cerebro, puedo considerarme satisfecho.
-¡Claro, santo varón! Desde ahora, sin embargo, usted va a trabajar para nosotros, y pondrá su ciencia a nuestro servicio.
-¿Qué? ¿Quiénes son ustedes? -inquirió horrorizado, mirando por turno a los tres carceleros como si sólo entonces se le revelasen por primera vez.
-El Gobierno. Con sus métodos podríamos disfrutar muy pronto del poder absoluto. Controlaríamos a toda la población, a todo el mundo de una forma tan sutil, que nadie podría advertirlo. Induciríamos pensamientos y estados mentales; provocaríamos a voluntad sensaciones de odio, veneración, amor, repulsa o éxtasis; conseguiríamos que las masas nos adoraran hasta límites inimaginables sin haber disminuido en ellas la ilusión de libertad. Por eso lo necesitamos urgentemente, señor Ringe. No hace falta que le indique, eminente profesor, que se trata de una misión de altísimo secreto y que cualquier mínima delación por su parte produciría como consecuencia su aniquilamiento inmediato; bien en forma de muerte física, desaparición o neutralización de su cerebro. Desde este preciso instante, pues, usted es uno de nuestros intelectuales; se encuentra al servicio del Estado. En apariencia, sin embargo, continúa con su vida normal.
-¡No! ¡Jamás! No me pida que traicione a mis colegas y a la ciencia. Aún vivimos en un Estado de derecho: ¡podría denunciarlos!
-Hágalo. Con un poco de suerte, y siendo en extremo generosos, acabaría encerrado de por vida en una clínica psiquiátrica. Lo más útil y cómodo para nuestra seguridad y para reducir gastos sería, como bien sabe, que lo despachásemos en el acto y sin dejar huella, lo que, dicho sea con franqueza, no íbamos a lamentar mucho.
A Alan se le aceleró el pulso y empezó a sudar copiosamente. Nunca antes había experimentado semejante pánico; tamaña conciencia de fragilidad, pequeñez y desamparo. Intentó hablar, pero no lo consiguió hasta pasados unos instantes debido a la sequedad de boca y al nudo que se le había formado en el estómago. Efectuando considerables esfuerzos por dominar el temblor de manos y piernas y la inseguridad de su voz, trató en un último y desesperado intento de hacer entrar en razón a aquellos interlocutores sin escrúpulos:
-Por favor, ¡olvidemos esta charla! Me niego a utilizar mis conocimientos para fines perversos. Nuestro trabajo es indispensable y, si proseguimos con la línea de investigación que iniciamos hace ahora cinco años, podríamos revolucionar la neurociencia. La calidad de vida de los seres humanos aumentaría y muchísimas enfermedades...
-¡Déjese de monsergas: no nos importan! Es tarde para echarse atrás, porque, llegados a este punto, usted sabe demasiado. Ahora lo llevaremos a casa y dentro de unos días volveremos a buscarlo; siempre de noche, siempre en secreto. Oponer resistencia es absurdo: ya está en nuestras manos, de modo que le aconsejamos que no se esfuerce por revertir la situación.

Amanecía cuando lo dejaron frente a su portal. Alan, completamente desmoralizado y aún temblando de miedo, se dejó caer en un sofá y dio rienda suelta al llanto, desgarradora corriente de lágrimas que lo dejó completamente rendido.
-¡Nunca avanzaremos, nunca -gemía-! Somos crueles, indignos, ¡abyectos! Tantos millones de años de evolución para autodestruirnos... ¡Idiotas, imbéciles, malvados, cobardes! ¡Estamos locos! Corrupción, poder..., ¡eso es lo que cuenta! Sólo eso, sólo eso... ¡Me cuesta creerlo! La puñetera ambición lo devora todo. ¡No puede ser, no puede ser...!
Se lamentó así durante toda la mañana, balbuciendo entre sollozos y mesándose el cabello. Alrededor de las doce comió cualquier cosa sin entusiasmo, mecánicamente, para volver enseguida a derrumbarse en el sofá.
Una semana después, cuando los agentes secretos forzaron la puerta, encontraron el cuerpo en la cama, inerte. En su escritorio, junto a varios libros, el ordenador, una botella de whisky casi vacía y dos envases de somníferos, reposaba la siguiente nota:
"Me obligan a hacerlo. Siempre trabajé para ayudar a otros, y ahora pretenden que me ponga a su servicio con el propósito de destruir. ¡Jamás! Espero que no logren sus fines. Espero, por el bien de la Humanidad, que el progreso venza a la barbarie".

II.
-¡Alan! ¡Por fin abres los ojos! ¿Puedes oírme? ¡Oh! ¡Responde! ¡Haz algún gesto! No has muerto de milagro, ¡maldita sea! ¿Por qué no nos avisaste? ¿Por qué no dijiste nada? Si llegamos a tardar un poco más... Pero... ¡Lo siento! No es éste el momento para recriminaciones. Tampoco quiero asustarte. El peligro físico ha pasado; toca ahora luchar con las secuelas del estrés postraumático.
Alan miró sin ver a su interlocutor. ¿Qué era todo aquello? ¿Dónde diablos estaba? ¿Y por qué tenía tanto miedo? Miedo a algo terrible..., ¿qué podía ser?
-Soy Marcel, tu colega. Estás a salvo. Hemos temido realmente por tu vida, y habrías muerto si no hubiésemos estado alerta. ¡No me lo habría perdonado!
Alan intentó hablar, pero le fue imposible. Había empezado a desenmarañar los embrollados hilos de su memoria, y de golpe vio a aquellos tres hombres dispuestos a aniquilarlo; volvió a experimentar el miedo pánico; nuevamente lo invadieron el desánimo y la desesperanza más terribles y por último se imaginó tragando con desapego la mezcla de pastillas y alcohol. ¿Lo habían salvado? Marcel lo miraba compasivo.
-Tranquilo -exclamó tomándole la mano-. Esperemos que todo quede en una anécdota. Ahora descansa.


-¿Cómo lo hicisteis?
Alan ya se encontraba completamente restablecido, a excepción del insomnio y los terrores nocturnos que se empeñaban en acosarlo sin tregua. Marcel y Berta lo habían acogido amable y hospitalariamente en su casa y, con infinitas dosis de cariño y paciencia, lo extrajeron del profundo estado de conmoción en que se hallaba. Lógicamente no podía seguir viviendo oculto y con miedo; urgía, pues, que abandonase el país lo antes posible. De alguna forma se alegraba, porque la investigación iba empeorando a pasos agigantados y los brutos e irracionales gobernantes se dirigían sin escrúpulos hacia posturas totalitarias, pisoteando los derechos más elementales. Sus colegas irían emigrando también en busca de ambientes donde el avance, el progreso no fueran aniquilados ni los científicos perseguidos. Con un poco de suerte serían contratados, lograrían financiación y continuarían desarrollando aquel innovador proyecto en otra parte.
-No fue nada fácil -respondió Marcel-. Estuvimos a punto de ser descubiertos, y entonces sí que habríamos perecido todos. ¿Cuánto tiempo tendría que transcurrir hasta que otros llegasenn a nuestras mismas conclusiones? Pero, Alan: ¡estás llorando!
-Es que..., ¡os habéis arriesgado tanto por mí...! Y yo, sin embargo... ¡Lo siento! ¡Perdí la cabeza! No quería... ¡No tenía escapatoria! De verdad que lo lamento. ¡Perdonadme!
-¡Déjalo! Ya ha pasado. ¡Mas no vuelvas a hacerlo! Estamos aquí para ayudarnos: ¡tenías que haber avisado! El miedo, claro: ¡pobre hombre, qué mal lo pasarías! ¡Basta, por favor! ¡No te alteres! Relájate. Se requiere tiempo para superarlo, ¡pero lo conseguirás! Has demostrado ser muy fuerte y racional.
-¡Me habéis salvado la vida...! No sé cómo daros las gracias.
-Nos hemos salvado todos: somos un equipo. Ahora tienes que perdonar nuestra osadía. ¡Una suerte que fueras el primero!
-¿De qué hablas?
-Has sido el primer implantado. Te sometiste voluntariamente al experimento, ¿recuerdas? Hace seis meses; para ver cómo interactuarían nuestros computadores inteligentes con el cerebro.
-Claro, junto a otros doscientos voluntarios; y los resultados fueron muy reveladores, abriéndonos nuevos caminos de investigación.
-Sí, pero te ocultamos algo: te implantamos el chip. Has sido nuestro primer sujeto de estudio con el microordenador incorporado. No sufras: en cuanto te hayas instalado felizmente en otro país y estés por completo fuera de peligro, lo desactivaremos.
-¿Por qué lo hicisteis? ¿Por qué no me lo dijisteis? -preguntó mirándolo con cierta aprensión.
-Porque, de haberlo sabido, los resultados no hubieran sido fieles. Necesitábamos para este tanteo experimental a alguien completamente ajeno.
-Entonces, ¿ése fue el motivo de que me anestesiarais al final? Nunca entendí vuestra obstinación: lo veía tan raro... ¿Qué necesitabais que no fuese suficiente con un electro, una MEG, una resonancia magnética o una tomografía por emisión de positrones? Sabía que me engañabais. Claro: la confidencialidad del experimento; las prometidas aclaraciones posteriores... No logré sacaros nada.
-En efecto; creo que no te convencimos del todo, mas sólo era posible revelarlo después del estudio; de ahí la obligación de mantenerte inconsciente. Fue un burdo engaño poco ético; un atropello.
-¡Me habéis traicionado -exclamó con honda desilusión-! Creí que éramos amigos. Y ahora, ¿cómo recuperaré la confianza en vosotros?
-¡discúlpanos! Era necesario. ¡No íbamos a hacerlo con alguien de fuera! Tú al menos perteneces al equipo y habías manifestado en bastantes ocasiones deseos de probar. Sabíamos que te gustaría cuando te lo explicásemos; sin embargo precisábamos tu inocencia, como te he dicho, para no echarlo todo a perder. La operación era sencilla y en absoluto riesgosa, y los beneficios... Tal vez estés contribuyendo a la curación de muchas enfermedades, ¿qué dices al respecto? ¡Nos has aportado datos interesantísimos! En estos seis meses hemos avanzado más que en veinte años, aunque todavía nadie lo sepa. Pero, por lo que más quieras: ¡no pongas esa cara! ¡Alégrate! ¡El maldito chip te ha salvado! He aquí los Primeros logros de nuestro proyecto.
-¿Cómo?
-Desde que te lo implantamos hemos observado tu cerebro; hemos trabajado a distancia y hemos probado a activar y controlar diversas regiones con resultados excelentes, menos aquel día. Esto nos lleva a pensar que la amígdala y el hipotálamo, en circunstancias de miedo extremo, ejercen un bloqueo tan grande que aún no hemos logrado superar la barrera con los flujos de corriente actuales. Además intuimos que el ordenador no estaba preparado para mitigar una reacción tan fuerte; no hemos conseguido emularla en su programación con tanta intensidad y con ese realismo. Es un error muy grave que ya estamos subsanando.
-¿Y cómo supisteis...?
-¡Tranquilo! En este tiempo hemos vigilado a ratos tu cerebro, como te digo; hemos tratado de interactuar con él y el programa ha ido analizando, archivando, corrigiendo. Aquella noche estaba yo de guardia cuando se encendieron todas las alarmas. Naturalmente habíamos previsto desde el principio que se activasen las señales de alerta ante una situación de peligro, y eso fue lo que ocurrió. Confieso que me asusté tremendamente al ver la intensísima actividad en la amígdala y el hipotálamo. Incluso llegué a pensar que se tratase de un error informático, pero por supuesto decidí actuar con rapidez.
Pedí inmediatamente al ordenador que enviase la localización de tu cerebro y nos dirigimos allí sin perder un segundo; Berta, Ingo y yo. Era una casa con jardín, en las afueras de la ciudad. Tuvimos el tiempo justo para escondernos, porque enseguida salieron tres hombres que te conducían con las manos atadas y los ojos vendados.
-El lunes que viene volvemos a buscarte; siempre de noche. Ya te hemos dicho que oponer resistencia es inútil -decía uno de ellos.
Esto nos relajó un poco, nos daba un margen de tiempo. Te metieron en un coche y Pudimos seguirlo sin ser advertidos; te dejaron en casa. Mi primer impulso fue entrar a verte, mas pensé que tal vez te asustaría, que necesitarías dormir y que, como a fin de cuentas teníamos una semana, bien podría visitarte al día siguiente: ¡qué error! Si hubieras muerto..., yo... ¡No lo habría soportado! ¡Me habría asfixiado la culpa!
-¡Oh, Marcel! ¡Ahora eres tú el que llora! Ya ha pasado, y en cualquier caso no hubieses sido responsable de nada; es muy fácil hablar a posteriori.
-Querido..., todos los días me hago la misma pregunta. Si no hubiese llegado a tiempo...
-¡Esa hipótesis es absurda y lo sabes; un derroche inútil de esfuerzo! ¡Déjalo ya, te ruego! ¡No te tortures! Yo también me culpo: lamento no haber avisado; haber sido tan cobarde, causándoos tanto trastorno. Mas no podemos revertir la historia y afortunadamente seguimos aquí. ¿Qué ocurrió después?
-Bien: por la mañana me vi obligado a resolver algunos asuntos, y sólo a la caída de la tarde tuve un rato libre. Antes de pasar a visitarte eché un vistazo al historial de tu cerebro en aquel lapso de tiempo: el miedo había sido reemplazado por una terrible angustia, y después nada: ¡un vacío de emociones! ¡Lentitud, inactividad, inconsciencia...! En serio, ¡no sé qué me asustó más! No pedí al programa que actuase: ¡otro error! Pero ya era demasiado tarde y yo sabía que tenía que ir a tu casa sin perder un instante. Menos mal que no cerraste la puerta con llave, pude abrirla fácilmente. Cuando te encontré... ¡Casi me desmayo!
Te tratamos en secreto pues, si te hubiésemos llevado al hospital, se lo habríamos puesto en bandeja.
El plan se me ocurrió en un arrebato, porque era preciso que se olvidaran de ti y dejasen de acosarte. Arriesgamos estúpidamente, lo sé, y la broma nos hubiera costado carísima. Podía haber fallado todo, mas al parecer esos imbéciles creen que los demás somos idiotas y no investigan mucho. La tarde del día en que supuestamente iban a buscarte preparamos un cadáver de la sala de disecciones. No se parecía a ti, francamente, pero lo maquillamos un poco. Tuvimos que recomponerlo, porque presentaba algunas lesiones que hubo que disimular. Si hubiesen mirado de cerca habrían advertido que algo no cuadraba, y fue toda una suerte que dejaran el cuerpo donde lo hallaron, sin interesarse al respecto. Querían tus servicios. Una vez que ya no pudiste serles útil, te abandonaron.
-¿Entonces colocasteis otro cuerpo en mi lugar?
-Exacto. Dejamos tu nota, el alcohol y las pastillas, y tú estabas ya desde hacía tiempo a buen recaudo. ¡Ay, si hubiese llegado unos minutos más tarde...! Has vuelto a nacer, amigo mío.
A Alan se le atragantaron las palabras de agradecimiento. Con los ojos anegados en lágrimas se levantó y abrazó a Marcel, con quien había contraído una deuda de por vida. Le regalaba así los años que le quedaran de existencia. ¿Serían buenos o malos? ¿Tendría suerte? ¿Lograría el propósito de sus investigaciones? ¿Se vería obligado a atravesar muchos momentos sombríos? ¿Se casaría, formaría una familia? Nada de eso importaba en aquel momento.
"La ignorancia afirma o niega rotundamente; la ciencia duda".
Voltaire.
"El que la ciencia pueda sobrevivir largamente depende de la psicología; es decir, depende de lo que los seres humanos deseen".
Bertrand Russell.

domingo, 4 de junio de 2017

"This is for Allah!". Continuación de la barbarie en Inglaterra.


Lo consiguen: el pánico se ha instalado en la sociedad y ellos juegan con esa psicosis. Ellos, cuyo único fin es destruir nuestra civilización; nuestro modo de vida; nuestra forma de pensar. Lo entregan todo por un dios que aprueba la barbarie, fomenta el odio y propicia el fanatismo. Da igual a quién y contra quién: niños, ancianos, turistas, cantantes...; personas con su tiempo y sus destinos; ilusiones y proyectos truncados en esta ruleta rusa. Todo porque un dios, en sus manos cruel, mortífero y vengativo creado a imagen y semejanza de un grupo de cabreros medievales expansionistas y avivado con la mecha del radicalismo más intolerante, parece regocijarse ante la sangre, visto que los ataques se perpetran siempre en su nombre.
La vida de tantos, sesgada; ellos ya no podrán hablar. Por el camino, un ejército de viudos; huérfanos; discapacitados; afligidos que expresan en silencioso y desgarrador grito, traducida a varios idiomas, la misma pregunta: "¿por qué?".
Nada justifica tal horror; no existe ninguna razón, ninguna ideología, ningún credo que avalen el asesinato y el vacío de parientes y amigos destinados a vivir con esa rémora para siempre.
Una vez más lloramos con las víctimas. Las abrazamos sin estar, guardamos minutos de silencio que no arreglarán nada y, aun conscientes de la inutilidad de nuestro esfuerzo, escribimos furibundas y vehementes líneas de repulsa. Mientras tanto, el Daesh sigue apretando las tuercas de esa máquina del horror.
Me cuesta pensar que son seres humanos: personas también con sus proyectos, ilusiones, familias. Algún día fueron niños y jugaron, rieron, se alegraron. Alguna vez abrazaron y amaron, y se vieron abrazados y amados..., ¿o no? ¿Sienten ahora afecto por algo o por alguien? ¿Son sólo instrumentos de matar?
Suplicante, bañada en lágrimas y plena de conmoción vuelvo a pedirles que lo dejen, que se detengan. Mi mudo ruego, proferido en silencioso y desesperado llanto, dice: "¡basta, basta, basta!".