Ya he vuelto del primer viaje, a mi pesar. Sabéis cuán grande es el amor que profeso a estos países, cómo adoro la Naturaleza, los bosques, los lagos... Ahora, al calor y la aridez de mi pueblo, me faltan los baños en aquellas frescas, cristalinas aguas; la umbría de majestuosas hayas con raíces forradas de musgo y hojas de encajes; los paseos por aquellos paisajes de ensueño; y, cómo no, la gente, tan amable, tan educada y siempre dispuesta a ayudar, a regalarte su sonrisa y obsequiarte con su exquisita cortesía. Sé que mi meta es Alemania, y sobre todo Baviera: he de mudarme allí definitivamente. ¿Cómo, cuándo? Ni idea, pero aquellos lugares me llaman. La primera vez que tomé contacto con ellos me sorprendí ante la materialización de un sueño: el mundo que buscaba, mi utopía estaba allí. ¿Cómo no me había percatado antes de su existencia?
Hallstatt es preciosa, y nuestro hotel se encontraba en un sitio privilegiado, miradlo. Llegamos a las once y veinte de la noche y no se escuchaba un alma. Nuestra habitación daba a la cascada, así que dormíamos con el apacible ruido del agua. Por la ventana se colaban las hojas de un arce.
Nuestra primera estación fueron las minas de sal. ¡Qué divertidos los toboganes! ¡Y qué fresquito allí dentro! Porque ese día hizo calor; nos cogió la ola. Recibí de regalo una gran piedra de sal y un salerito pequeño.
Después de comer me bañé en el lago: ¡qué maravilla! Lamento vivir en un sitio donde no haya estas cosas, porque la playa no me gusta mucho: sal, arena, paliza de calor... En cambio un baño en las aguas refrescantes de lagos de montaña es lo más hermoso que existe; además sale una nueva, revitalizada.
Otro día, otro lago: el de Gosau. Es más alto, más natural y estábamos más encajonados. Encontramos un sitio perfecto, idílico para bañarnos, y además estábamos solos. Permanecí en el agua largos ratos.
¿Qué lago tocó la siguiente jornada? ¡El Traunsee! Eso fue después de subir al mirador de los cinco dedos. Luego nos pasamos por el castillo que hay cerca de Gmunden y tomamos un café en una terraza con el lago allí, oyendo los patos. Después comimos en Bad Ischl. También hizo bochornillo.
Siguiente estación: el lago de St. Wolfgang, el último del Salzkammergut que disfruté. Me quedan otros 66, así que tengo que volver varias veces para apurarlos todos. Por la tarde, regresando, empezó a llover y la tormenta duró bastante. La cascada de nuestra ventana iba crecidísima.
Día 18: viaje a Viena. Esa ciudad tiene gran significado para mí, porque fue la consecuencia última de que aprendiese alemán. Yo quería hacerlo desde que era pequeña; por la música, por Mozart y Bach; pero en 2003 tomé la determinación cuando mi tía me comunicó que al mes siguiente iríamos ambas una semana a Austria. No necesitábamos usar el idioma porque viajábamos en grupo, pero yo decidí que ya había llegado la hora, que quería comunicarme con la gente. Pedí a la ONCE la única Gramática con enunciados en español, que resultó ser de 1944, y me puse con ahínco a copiar todo lo interesante, pues tenía que devolverla. Contaba con un mes de plazo, así que no hice otra cosa; hasta tal punto que llegué a soñar en alemán. Fue hermoso que la primera persona que me hablara en este idioma lo hiciera para ofrecerme propaganda de un concierto de música clásica, uno de estos señores vestidos de Mozart que andan por el Hofburg. Lo entendí todo, ante el asombro de mi tía, y eso me dio confianza. A lo largo de la semana vi que mi esfuerzo había dado sus frutos. Además estaba conociendo un mundo nuevo, la materialización de mis anhelos y fantasías. Por amor a él estudié su idioma con más ahínco. ¡Cómo me ha cambiado la vida! ¿Quién iba a decírmelo?
Ya me estoy yendo por las ramas. Nuestro hotel en Viena estaba al lado de la Postsparkasse, de Otto Wagner. Era un edificio de oficinas, con más plantas. Teníamos una amplia habitación y un gran balcón. La ciudad nos la pateamos, llegamos incluso al Prater. En la Peterkirche pudimos disfrutar dos conciertos de órgano. ¡Ay, qué rico está el Apfelstrudel de la confitería Demel! Es el dulce más exquisito que he probado después del Bienenstich del Café Schüler en Bad Tölz (eso es ya sublime). Una tarde visitamos Grinzing, donde en uno de los Heurigen comimos con valses en directo.
21 de julio: salida para el Königsee, un paraíso en Baviera. Llegamos sobre la una, y nuestro hotel, una vez más, tiene un sitio emblemático, miradlo. El Biergarten de al lado lo frecuentamos muchísimo, claro está, y el último día ofrecí comida a los patos, que se dieron un banquetazo de patatas fritas y un trozo de Brezel ofrecido por la camarera al ver mi actividad.
22 de julio: tomamos el barco hasta el Obersee, donde me bañé, claro. ¡Qué sitio! Oh, es impresionante lo del eco, os regalo un vídeo de alguien: ¡atención! Ver vídeo. Luego volvimos a St. Bartolomä, ¿y qué hice? Obvio: bañarme.
23 de julio: vuelta a Salzburgo después de siete años. Esta vez entré en la casa natal de Mozart y visitamos la fortaleza. ¡Ay, qué hermosos los jardines de Mirabell! Llovió por la tarde, precisamente cuando estábamos recorriéndolos; pero como ya prácticamente era la hora de volver, no nos molestó. Más temíamos al calor, del que nos libramos en Viena (la ola nos pasó rozando). Ah, olvidaba: en ambas ciudades me impresionó el alto nivel de los músicos callejeros.
Si me conocéis un poco adivinaréis qué compré: una escultura de Mozart, que he colocado junto a la que tengo de Bach, para que se hagan compañía.
Día 24: lluvia, lluvia, lluvia; tanta que nos dio pocas opciones. Visitamos la destilería del famoso licor de genciana y Berchtesgaden, hermoso pueblo. Por la tarde, a pesar de todo, hicimos el Wimbachklamm, pero nos pusimos chorreando.
25 de julio: se nos quedó pendiente un desfiladero que no pudimos ver el día anterior, el Almbachklamm. ¡Qué belleza, qué impresionante, con la cascada todo el rato, pasando por encima de ella! Había 23 puentes para cruzar el río; y a veces nos poníamos chorreando porque teníamos que avanzar por debajo de un chorro.
Siguiente estación: Kehlsteinhaus, llamada por los americanos "el nido del águila". Ya sabéis, la morada de verano del tío Adolf. ¡Merecía haber pertenecido a otra persona! ¡Qué vista! El Königsee, las montañas, Salzburgo...
Por la tarde, ¿qué encontramos? ¡Una fiesta bávara auténtica, con un grupito de Musikanten! Menos mal, pues ya me iba a ir con esa pena. Mucha gente estaba vestida con los trajes regionales y la cerveza y las salchichas circulaban por todas partes.
Desgraciadamente, llegó nuestro último día. Caminamos hasta un mirador que había cerca de casa, el Unterstein. Luego montamos en barca y después yo quise despedirme de mi adorado lago, pero casualmente empezó a llover. No me importó, como muestra este vídeo. ¡Ay! ¿Cuándo regresaré a mi Königsee? ¿Cuándo podré mudarme a Baviera?
Espero no haberos aburrido con tan extensos apuntes de viaje.
Querida Euterpe: viajo contigo siguiendo el hilo de tu crónica. ¡Gracias por llevarnos contigo de viaje por esos maravilloso lugares!
ResponderEliminarQuerida Rocío, gracias por el paseo por tu viaje, tengo que visitarlo luego, más detenidamente. Soy Raquel, la chica del tren. Se acerca la fecha que un amigo y yo decidimos para ir a pasar unas horas a Osuna, me encantaría que pudiéramos quedar.
ResponderEliminarHacía mucho que nos abía de ti, de tu blog, de tus andanzas. ESta tarde, mi rato de asueto será para bichearte!!
BEsSOS
¡Raquel, cuánto tiempo! Me alegra saber de ti. Yo ando impartiendo clases en Granada... Espero estar en Osuna cuando vayas, y si no nos vemos aquí.
ResponderEliminarEspero que te guste el bicheo de esta tarde. Abrazos.