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domingo, 15 de mayo de 2016

Taller coral con Raúl Mallavibarrena




En mi incesante búsqueda hacia la felicidad, si bien albergara pocas esperanzas de salir del estado depresivo, me enteré hace dos meses de que se realizaría por estas fechas un taller coral con el prestigioso director Raúl Mallavibarrena. A mí me sonaba su nombre porque, de pequeña, leía las hcríticas discográficas de Ritmo, aparecidas en la publicación Braille Pau Casals. Por aquel entonces, muchos opinaban que lo de los instrumentos originales era un virus de los más peligrosos, y que pasaría con el tiempo, y que quienes trataban de estudiar las técnicas interpretativas de entonces o aproximarse con instrumentos de época estaban locos de atar; que mejor Bach con piano y con coros gigantes, que eso de. Cuatro voces por cuerda era una mariconada... Y no digamos Los. Niños cantores. Incluso escuché a presentadores de programas de radio afirmando que eso era como ir a un colegio, tomar a niños cualquiera y ponerlos a cantar, algo que sólo satisfacía a sus padres. Les escribí una carta indignadísima, a la que por supuesto no contestaron ni dieron difusión.
En Ritmo había críticas de ese estilo, como las de Ángel Carrascosa Almazán. Recuerdo una en particular en que arremetía contra Ingrid Haebbler y el fortepiano en un disco de Haydn con la Academy of Ancient Music. También les Dirigí unas líneas, que no remitieron al señor Almazán, creo: "Nosotros no somos responsables de las críticas de nuestros colaboradores". Mi cerebro adolescente se indignaba, se encendía..., mas por. Suerte existían las reseñas de personas como Raúl, que me hacían olvidar los sinsabores de ataques tan injustificados al par que ignorantes.
Lo primero que atrajo mi atención de tan maravilloso músico fue, cómo no, su largo y jamás escuchado apellido; por eso no lo olvidé. Siempre que leía una opinión suya me invadía el irrefrenable deseo de adquirir el disco en cuestión, y lo hice con algunos, a través de Discoplay.

Por esa época Vicente Parrilla, que a la sazón me impartía clases particulares de flauta de pico, me grabó una cinta de La Fontegara, con obras de Castello, Marini y toda esa caterva. Me gustó mucho la sonata sobre la Mónica, aunque yo no supiera entonces qué era la Mónica. Aquel repertorio me fascinaba. Mi tía me compró también las canzonas de Frescobaldi con el Ensemble Fitzwilliam, algo admirable porque ella no sabe nada de música antigua. "¿Cómo has encontrado eso?" ---le pregunté. "No sé, yo busqué lo más raro".
Queridos amigos: he aquí otra demostración palpable de mi anormalidad (a--, que no sub--). Ya resulta extraño, inaudito, fuera del recipiente que dirían Les Luthiers, el hecho de que, para hablaros del taller coral en que estoy inscrita, me marque un rollo como éste. Mas habéis de perdonarme, lectores míos, porque no sé lo que hago.

Vuelvo a la actualidad: aqquel día de marzo, aun inmersa en el marasmo, escribí a la Sociedad Musical de Sevilla manifestando mi intención de participar en el taller, que se celebraría a lo largo de dos fines de semana de mayo. Solicité las partituras a la ONCE con muy poca fe de recibirlas a tiempo y continué en mi atmósfera de lamentaciones que sin duda superaban con creces a las de Jeremías.
Las partituras, sin embargo, no se demoraron excesivamente, salvo una que ya no voy a recibir, "Versa est in luctum". No me importa; mejor incluso, porque me permitirá escuchar activamente.

El sábado llegué sin haber estudiado por culpa del poco tiempo disponible y porque la depresión me había impedido centrarme. "Bueno -me dije-, ya las montaremos en el taller". ¡Cuán errada estaba! Raúl apareció con su velocidad mallavibarrénica y empezamos a leer la partitura ya con texto. Mis recursos digitales (relativos a los dedos) son limitados, y la yema no abarca tanto como para leer notas y texto a un tiempo. Por suerte, lo de la lectura a primera vista no representa ningún problema para mí; y de nuevo por suerte, estos motetes polifónicos tienen una letra muy breve y abundan en melismas, así que pueden pasarse media hora con "quidnam vidistis, quidnam vidistis", o bien "Alleluuuia, aaaalleeeeeluuuuia", "Pastores, dicite, dicite, pastores dicite... ¡Dicite, leches!". Eso me permitía atender a las notas y pasar por el texto con el rabillo del dedo.

Mas no contaba con el terremoto, la tormenta, el torbellino, la intensidad de Raúl: un genio, un señor de cerebro hipertrofiado; lleno de humor, vitalidad, ganas de hacer música. ¡Ojalá hubiese en este castigado, cruel mundo más personas como él!
"Haced estos motetes interesantes, que no son aburridos; si así fuera, yo no los interpretaría". "No tenemos que estar tan pegados a lo que podría ser la interpretación original de Guerrero o Victoria, porque realmente nunca sabremos cómo es. A lo mejor, si de golpe apareciesen por aquí y nos lo dijeran, no nos gustaría: intentemos, pues, crear algo agradable a nuestros oídos del siglo XXI".
"¡Venga, que estamos en el Cielo! ¡Corus angelorum! ¡Arriba, arriba, arriba...!". "Esto, en vez de un villancico, parece un responsorio de Tinieblas! ¡No puede ser pesante! Los pastores van a anunciar el nacimiento de Dios, algo importantísimo para la Cristiandad".
"Tradiderunt, tr-, tr-, que si no suena -adiderunt! Cantamos en una iglesia. Imaginad a un escriba que ha de anotar el texto: ¡tiene que entenderlo!". Extraño: hoy día pocos saben latín, a no ser que tomemos a un escriba del siglo XVI; o a uno romano, directamente.
"Recreaos en la maldad: Judas, ¿cómo pudiste hacer eso? Estamos indignados".
"Job no puede comprender que, a pesar de su fe inquebrantable, se le hayan puesto tantas pruebas y castigos. Él llora, llora, pero después de la tensión hay relajación, como cuando nosotros nos indignamos y nos ponemos a gritar: luego nos calmamos; es necesario, no puede ser de otra manera. Pero la tensión es vital, ha de notarse el contraste: tensión / relajación. Imaginad un libro o una película en que todo sea feliz, no ocurra nada; no nos gustaría, y no porque amemos el sufrimiento, sino porque carecería de interés, de gancho".
Al principio suponía para mí un mundo el llegar a tiempo: buscar cada partitura entre diez cuadernillos, ir leyendo a velocidad de vértigo atendiendo simultáneamente a música y texto, saltando las otras voces... Para colmo, en una de las piezas el Cantus I y el Cantus II se intercambian en la repetición, y yo eso no lo he sabido hasta hoy: ¡con razón me perdía tanto! Una de las veces hasta Raúl tuvo que pedirme que me tranquilizara.
Estaba situada más o menos en el centro de la fila, pero cuando había divisi me mandaban a un rincón, entre la pared y el piano: ambas cosas me hacían sombra acústica y, además, desde aquella posición lateral apenas podía enterarme. Hoy me ha dado rabia que, cuando he protestado por ello, una compañera coralista ha respondido: "Eso es lo que hay". No, señora: puedo cantar como soprano I sin situarme en esa posición; usted ve y yo no, querida; a usted no le hacen sombra las paredes, ¡haga el favor! Otra cosa que me da rabia es que, cuando no me queda claro por qué compás vamos, trato de preguntar y enseguida se oye a alguien chistando: ¡por favor!!! Menos mal que Raúl es un sol y hoy no sólo decía el compás, sino el texto correspondiente, y además lo tocaba un poquito. A mí que no vengan a decirme, como hicieron en algún coro de Granada cuyo nombre no cito por no crear suspicacias, que un ciego no puede cantar en un coro porque no sabe cuándo tiene que entrar ni ve las indicaciones de dinámica y agógica. ¡Idiotas, imbéciles, estúpidos, atrasados! Seguro que yo entro mejor que ustedes, caterva de ignorantes! ¡No sólo existe el contacto visual! Se transmite mucho a través del oído, y además existen las partituras con rigor matemático, y el fraseo, y la musicalidad de la obra, y yo puedo archivar que entro justo cuando acaba el motivo de las contraltos, y ser menos esclava de las notas que ustedes! Rocío dixit.

El domingo ya pude disfrutar mucho más de las obras, me había habituado a la dinámica. En cuanto a hoy, ¡no digamos! Vuelo sobre la partitura, me imagino a las turbas escupiendo y flagelando a Jesús y me indigno igual con los fieles... Una suerte saber un poco de latín, porque permite centrarse en la interpretación: ¡para que luedo digan que no sirve! Claro: en nuestro sistema educativo no tienen cabida las artes. Si otorgaran más importancia a la música, construiríamos otro tipo de personas más solidarias, empáticas, respetuosas, educadas, intensas, sensibles, humanas. ¡Sí, va todo unido!

Mañana terminaremos de repasar los once motetes y daremos un pequeño concierto para nosotros mismos. "Total, en muchísimos conciertos apenas hay público". ¡Me encanta la ironía de Raúl! Después, la carroza se transformará en calabaza y volveré a la mediocridad de un mundo demasiado ruidoso, lleno de envidias, recelos, malos humores y estrés. Confío sin embargo en que pueda realizar muchos más talleres, de canto y de flauta de pico. Este verano tengo la intención de ir a Galaroza. Por desgracia no me permiten matricularme de flauta en Málaga, otro año será; aunque Sevilla me tira mucho más, y Baviera al máximo: ¡ése será mi destino futuro! ¿Cuándo? No lo sé, pero algún día será.

Me gustaría tener más contacto con Raúl y beber de su sabiduría. Cuando me topo con alguien tan excelso, quedo automáticamente hipnotizada; fascinada; maravillada; eclipsada. Mi fe en la Humanidad se acrecienta y cobro fuerzas para enfrentar a los tóxicos; a los envidiosos; a quienes parecen complacerse en destruirnos. Sí, sí: la envidia es un pecado muy español.
¡Gracias, señor Mallavibarrena! ¡Adoramus te! Me encanta la delicadeza de sus interpretaciones; me encanta la intensidad con que vive la música: ¡es un dios del Parnaso!!!

En una próxima entrada relataré la conclusión de tan enriquecedora experiencia musical. Apenas había hecho antes motetes renacentistas. En el Conservatorio quieren que cante con voz engolada, chillona, wagneriana... ¡Yo no sirvo para eso! ¡Quiero estudiar canto antiguo! ¡Oh, qué sequía! Quienes amamos la música clásica pertenecemos, por desgracia, a una suerte de élite; y dentro de esta escogida minoría, los de la música antigua se llevan la palma de rara avis. ¡Lo siento, me tocó! ¡Soy extraña! Pero ya no me asusta, como durante la depresión: ya no me acompleja. Quien quiera aceptarme así, que lo haga; y si he de buscar amigos dentro de círculos específicos, ¡sea! Mejor cuatro buenos que veinte malos. DIXIT, ET VALE.



viernes, 13 de mayo de 2016

Historia de una flauta perdida




Poco después de mi entrada en Banu Nay se me encomendó el cuidado y el mantenimiento de dos flautas de pico renacentistas, una soprano y otra contralto, propiedad de Marco Mantovani. Estas flautas son de la marca Mollenhauer, artesanas, con un coste aproximado de 400 euros cada una [N.B.: el precio es mucho más alto. El error viene provocado por un engaño de mis compañeros para que no colapsara del susto]; construidas según el modelo de un luthier de Nürnberg (¡cómo no, bavarito!) del siglo XVII cuyo nombre no recuerdo no porque no quiera acordarme, sino porque mis neuronas andan trastornadas.

Nunca antes había visto flautas renacentistas, y menos artesanas. Me llamó la atención el tamaño y la distancia de los agujeros; también la forma acampanada con que terminaba el cuerpo más grande. Oh, disculpen, avezados lectores: no sé nada de lutería; sólo soy admiradora de Les Luthiers...
Su sonido van a comprobarlo en un comentario a esta entrada; por suerte efectué una grabación.

No puede imaginar quien hojee estas líneas el respeto y la veneración con que tomaba la flauta. Su delicadeza tímbrica me maravillaba, si bien confieso que al principio me costaban los agudos y el Do grave no llegaba a resultar afinado por mi desconocimiento de la digitación renacentista y la falta de costumbre a la mayor distancia entre el agujero inferior y el resto; la distancia y la oblicuidad. Nuevamente disculpas por mi ignorancia luterana [de lutería, dejemos a Lutero tranquilo con sus 95 tesis y sus corales escritos soli deo gloria y para que yo los goce en las cantatas de Bach].

Un inciso: el señor Biondi de la tienda granadina Musical Leonés me dijo que los agujeros no se llaman tales, sino oídos. Igual él puede corregir estas imprecisiones locas y puede ilustrarme sobre las particularidades de mi flauta.

El préstamo del instrumento coincidió con el empujoncito hacia arriba que experimenta todo cuerpo sumergido en un líquido, igual al peso del volumen del líquido desalojado... ¡No! ¡Eso era Ar! El principio de "Arquímedes". Disculpen, no puedo evitar las luthieradas absurdas. Mi mensaje se aleja por tanto del academicismo, de los estándares que habría de cumplir una comunicación de este género.

Como iba diciendo, las flautas me animaron mucho; me incitaron a tocarlas, porque su exquisito sonido me motivaba plenamente. Mas en estos días han ocurrido cosas..., cosas que amenazaron con desestabilizar mi cerebro. Una de ellas fue que no me permitieron ingresar al Conservatorio para cursar el Grado Medio de Flauta de Pico por incompatibilidades, porque estudio canto aquí en Granada. Ante tal contrariedad y algunas otras, mi mente reacciona aún de forma impulsiva y entonces corro el riesgo de perder el control. Los ciegos, al no poder efectuar el último vistazo de reconocimiento y verificación antes de abandonar un lugar, pueden fácilmente extraviar algo si no están en contacto directo con el objeto. Imaginen que voy en el tren, controlo todas mis cosas pero he dejado algo en el suelo, sin rozarlo con los pies, y antes de llegar a mi destino suena el móvil, por poner un ejemplo muy habitual, y quien me llama me comunica una noticia inesperada. Entonces, al alcanzar mi destino, me levanto y abandono el vagón... ¿Vagón o Wagón? No, creo que la RAE lo acepta con V. En fin, abandono el compartimento sin reparar en que mi distracción ha propiciado un descuido imperdonable.

Ya estará intuyendo el lector inteligente cuál va a ser la continuación de ésta mi historia, pero aun así la relato:

Mi flauta alto de madera, la mía propia, barroca, Moeck, necesitaba que se le cambiara un corcho, así que dejé de usarla por un tiempo. Ello significó sacar más a la Mollenhauer. Encima los "banucompañeros" me habían dicho que tenía que tocarla cada día veinte minutos, luego 25, luego 30..., y yo me lo tomé al pie de la letra. No, no llegué a poner el cronómetro mientras tocaba, pero casi.

Cuando Susana, la señora de la tienda de música de mi barrio, me devolvió mi flauta, comencé a usarla más: ya que estaba aceitada y encorchada, no quería que se me enmoheciese por falta de empleo. Eso significó un descontrol de la Mollenhauer. Un buen día, creo que coincidiendo con la noticia de que tal vez no pudiese entrar en el Conservatorio, le perdí de golpe la pista: es como si se me hubiera borrado de la mente cómo y cuándo la vi por última vez. No me asusté en demasía: "Estará en la casa y mi limpiadora la habrá colocado en otro sitio, o bien se ha caído en un lugar recóndito". Pero ayer me visitaron dos pares de ojos con sendas personas incorporadas que aseveraron no hallarla en parte alguna. Yo desde la mañana estuve llamando a todos los lugares que pude frecuentar: Festival Discos, Musical Leonés, el Conservatorio Profesional, la RENFE, la central de taxis y la de autobuses, el Corte Inglés... También bombardeé a mis banucompañeros; los estresé, pobres míos: "¡mirad a ver si la tenéis vosotros! La tenéis, la tenéis, seguro, la tenéis". Era lo que mi cerebro quería creer.

He olvidado decir que, antes de las pesquisas, tomé mi escultura de Bach y le recé en su idioma y en latín, por si acaso, aunque el genial Kantor no parecía amar mucho esta lengua, o al menos no enseñarla, que dominarla seguro, pero él..., Él era músico. Quería enseñar música, lógicamente.

¿Por dónde iba? Tomé la escultura de Bach que otrora me regalasen mis padres importada del Bacharchiv d Leipzig y le imploré: "Tú no hubieras querido que una flauta así desapareciese. Tú adoras los instrumentos musicales, la lutería, incluso has construido los tuyos propios; has revisado órganos y has colaborado en su reparación. No puedes hacerme esto: ¡ayúdame!".

Por la tarde, tras 9 horas infructuosas, había perdido toda esperanza. Fui a un concierto de música antigua, medieval y renacentista, miren qué adecuado, donde la soprano, Abigaíl, también tocaba una flauta de pico que no sé si sería renacentista Mollenhauer o medieval. Sonaba diferente a la mía, por cierto.

La música me hizo concentrarme y pensar: "sí, va a aparecer. Ahora caigo en que un compañero del grupo me la pidió para aceitarla; lo recuerdo con nitidez, sí, sí, sí".

A la salida escribí a mi compañero, que no respondió, y entonces me percaté de varios mensajes de Tomás, un amigo buenísimo; profesor de Instituto que fue colega mío en Armilla. Tomás ama ayudar al prójimo, va por ahí de ángel de la guarda. <el próximo día le pediré que se descubra la espalda, porque a mí no me engaña: ¡seguro que tiene alitas! Como iba en el autobús y por la calle, no pude responder al mensaje.
-Llámame, llámame.
-La flauta seguro que la tiene mi compañero, ahora me acuerdo...
-NO, él no la tiene.
-¡Ah, entonces la dejé en tu casa! ¡No me digas!
-No, en mi casa no está. ¿Cuánto estarías dispuesta a pagar por un rescate?

No entendí nada, nada de nada, pero cinco minutos después no sabía si saltar de júbilo, si llorar, si reír, si arrodillarme ante san Bach, si gritar... Tomás había llamado a un amigo taxista que dio el aviso en la central, algo que había hecho yo antes, aunque tal vez la central no recogiera mi nota. El caso es que respondió un tal Manuel Calvente, ¡y sí! ¡Él tenía mi flauta! ¡Me la había dejado en el taxi no sé cuándo!!! Esta mañana vendrá a entregármela.

Si mis pesquisas son ciertas, Manuel vive en Huétor, estudió en el IES Trebenque y ama el ciclismo. Pero, ¡si es taxista! ¿De dónde saca el tiempo? ¿O se trata de un familiar? ¡Ah, además edita en Wikipedia y me lleva tres años!

Sabida la noticia escribí al banugrupo. De golpe percibí que me
temblaban las piernas y me invadió un frío... Tenía los miembros entumecidos. Unos minutos más tarde me entró un calor tremendo: ¿fiebre? ¿Borrachera de sentimientos? Creo que lo segundo: el cerebro sabía que tenía que sentir, pero iba demasiado rápido como para poder procesar correctamente las emociones. Y la última fue la del llanto, un llanto reparador y liberador: un llanto que contribuyó a relajarme y a reestabilizar mi sistema límbico. Tras desahogarme un rato, me fui a dormir; pero me he despertado pronto. De nuevo cito a Schiller: "Seid umschlungen, Millionen: Diesen Kuss der ganzen Welt!". ¡Amo a la Humanidad!!!
¡Gracias, Manuel: gracias, gracias, gracias, gracias, gracias!

jueves, 12 de mayo de 2016

Primer concierto con el Ensemble Banu Nay

   
Foto: Alicia Gómez Soblechero

La música cura, es rigurosamente cierto. Lo afirmo desde la experiencia personal: lo he vivido en mis carnes. Tras una fuerte depresión de años que produjo como consecuencia, entre otros muchos desarreglos, la anhedonia y la imposibilidad de que mi sistema límbico reaccionara ante cualquier emoción, salvo la angustia, la desesperación y el TAEDIUM VITAE..., tras una fuerte depresión, digo, he percibido con suma alegría que quien me ha curado en mayor medida ha sido Euterpe.
No sé si fue en febrero o marzo (mi memoria estaba literalmente anulada y yo lo único que hacía era dejarme vivir); a pesar de no querer salvarme, algo en mi fuero interno me decía que tenía que abrazar la vida; que necesitaba urgentemente una mano salvadora: algún resorte oculto que tirase de mí hacia arriba y me extrajera de aquel agujero negro; de aquel marasmo emocional en el cual me veía inmersa por largo, larguísimo, eterno tiempo. En este sentido decidí pensar en algo que otrora me gustase y una voz interior (igual fue el espíritu de Bach) me susurró: "¡La música antigua, era lo tuyo! ¡La flauta depico! ¡Ánimo, pequeña! ¡Busca, busca, busca, busca...!". Entonces, con muy poca fe, llamé a mi antiguo profesor, el insigne Guillermo Peñalver, con quien in illo tempore había aprobado 4º del Grado Elemental del Plan 66. Tuve que abandonar cuando me vine a Granada; a mi pesar, por supuesto.

Llamé a Guillermo y le pregunté si sabía de la existencia de un grupo de flautas de pico en Granada, o de alguien que impartiese clases. Me respondió IPSO FACTO que conocía a un señor muy particular, Marco Mantovani, amigo suyo, y me facilitó su número. Enseguida lo telefoneé.
-No, yo ya no estoy en Granada, vivo en Segovia. En su tiempo formaba con otros un grupito de flautas, el Banu Nay Ensemble, pero ahora está bastante parado. De todas formas, te doy el número de José Ángel. Algo están haciendo, ensayan los viernes.
¡Hala, parece el ping-pong! Para mi fortuna, José Ángel responde. Yo, muerta de miedo y de vergüenza (la autoestima la tenía seriamente dañada hasta creerme el peor espécimen del mundo), le comuniqué que no era profesional, que sólo había cursado cuatro años y hacía 19, que estaba llena de vicios, que nadie me corregía, y otras quejas similares.
-Mándanos una grabación -respondió él; un señor altamente amable y educado, por cierto.
Así lo hice, plena de nervios e inseguridades: la Suite en Sol Menor de Daniel Demoivre; una de mis preferidas porque la puedo tocar en soledad, como he estado casi siempre en la música: sola, sola, ¡sola! Por eso en parte dejé la flauta, no le veía sentido ni atractivo. Imagina por un momento, desocupado lector, que has de representar una obra de teatro (Otelo, don Juan...) y estás solo; dispones de tu papel, pero tienes que componer el del resto en tu cabeza. Aburrido, ¿verdad?
Contrariamente a lo que yo había intuido en un principio, mi grabación encantó y fui aceptada en el acto. De los primeros ensayos no pude disfrutar porque la anhedonia y la abulia me embargaban aún, mas después de Semana Santa tuvo lugar otro importante empujón: mi estancia en Baviera con mi querida amiga y fan del coro de Tölz Rosina Glose. Yo expresaba a Rosina mis miedos, mi falta de emociones, el terror a defraudar a los demás, el profundo sentimiento de subnormalidad e inutilidad que me embargaba... La pobre mujer hubo de aguantar mi cuaderno de quejas con una paciencia que ni la del santo Job, y siempre me respondía con amor, con comprensión, aunque tuviese que regañarme en muchas ocasiones.
Pero Rosina y yo no sólo hablamos: pasamos a la acción, que era lo que faltaba en mi triste vida; triste desde la crisis, no antes: yo me he tenido siempre por una persona feliz y dichosa, practicante del CARPE DIEM de Horacio y Ausonio y cultivadora de los placeres estéticos.

>El lector se estará preguntando que en qué consistió la acción, y aquí estoy yo para explicarlo: como me invadían la vergüenza y la inseguridad, Rosina me hizo tocar en parques y en iglesias; me hizo cantar en un club de Jodler... Practicamos música juntas, en suma.; también con su compañero, organista y director de coros, que desde la más infinita
ternura resolvió algunas dudas mías sobre la colocación de los dedos en el teclado o las reglas armónicas.
El punto clave fue que Rosina me absolvió de toda culpa, cual guía espiritual de almas atormentadas. Yo, como venía siendo habitual en ese periodo de cataclismo mental, me acusaba ante ella de lo peor: de ser la más culpable y la criminal más abyecta, de no merecer la vida por infligir daño a cualquier persona que se me aproximase, de suponer una carga para el Universo...
-Piensas que has hecho daño a todo el mundo: ¿sí?
-¡A todos!
-Pero, dime: ¿lo has causado deliberadamente, con intención, queriendo provocar el mal, queriendo herir?
-Hm, no, claro: no..., yo no quiero, mas mi personalidad hace que...
-¡Basta! -exclamó acompañando la palabra, seguramente, con algún enérgico gesto de su mano-. Si no tenías la intención de producir algo malo, ¡no eres mala!
Yo me sentí flotar, volar; me creí ligera, ingrávida; casi percibía alitas en la espalda. Cuando caminaba parecía levitar... Todo esto es real, nada de licencias poéticas. Rosina había extraído de mi corazón una enorme, gigantesca piedra que me impedía respirar. Ella, en aquel momento, activó el resorte buscado: me tendió la anhelada mano amiga que me permitiría ascender a la superficie; alcanzar el horizonte de sucesos; materializarme, corporeizarme, volver a mí.
En aquellos días hablamos de muchas más cosas; no lo relato por no ser eterna. Lo último que deseo en este mundo es cansar a mi desocupado y paciente lector. Lo que sí diré, para finalizar este aspecto, es que todo me cayó bien, cual ansiada medicina; cual pócima milagrosa.
Al siguiente día hubo dos conciertos de mi amadísimo, admiradísimo coro de Tölz y por primera vez en cinco años pude volver a disfrutar de la música. Me ayudó asimismo comprobar que hay gente como yo, que goza con lo mismo que yo. Esa unión cerebral en la inefable experiencia de la audición supuso para mí la certeza de que no estoy sola en el mundo.

En el primer ensayo tras el viaje, mis "banucompañeros" no me reconocían: habían dejado a una chica triste, quejosa, poco habladora, negativa en todos los aspectos y se les devolvía una mujer serena, decidida, chistosa y presta a la risa, aunque con sus defectos: los
más fundamentales, la ecolalia y la impulsividad.
De pronto comencé a paladear la vida: ¡por fin podía hacerlo! Cada momento, aun con sus inconvenientes, aun con sus tonos grises, era digno de ser gozado. ¡Fuera, anhedonia! ¡Fuera, abulia! ¡Fuera,TAEDIUM VITAE! En Alemania había roto la barrera más fundamental: la del
contacto físico. Hasta entonces experimentaba una cierta repulsión, un rechazo a ser tocada; por temor quizás. Me autodiagnostiqué sonofobia: ese terror a los ruidos me había mantenido anulada en muchísimos aspectos, y ahora veía el problema y perdía el miedo al
error. El error es positivo, porque nos hace aprender; nos humaniza, nos crece, nos permite desarrollar nuestras capacidades aletargadas y no repetir fallos. Gracias al error, el Homo Sapiens Sapiens está donde está ahora y no en el planeta de los simios.

El pasado martes tuvo lugar mi primer concierto con Banu Nay, en Churriana de la Vega. Es delicioso tocar simplemente disfrutando, sin la tensión de equivocarse. Cuando fallaba en algo sonreía indulgentemente y continuaba. En algunas danzas incluso bailé durante
la ejecución. Es maravilloso formar parte del todo armónico, saber que resultas indispensable pero que no eres la única; sentirse pequeña en el Universo. Sin embargo, tal certeza no asusta: el mundo estaba antes de mí, seguirá después de mí y no ocurrirá nada, mas el
milagro de la evolución nos hace, a cada uno de nosotros, únicos e irrepetibles: insustituibles como una flauta artesana, como una bella flor, como un preciado diamante.
Ahora sí puedo afirmar, con Schiller: "Seid umschlungen, Millionen! Diesen Kuss der ganzen Welt".

¡Gracias, gracias, Banu Nay! ¡Gracias, gracias a todos los que me
habéis sufrido y los que habéis contribuido a mi resurrección! ¡Os
adoro!

miércoles, 6 de enero de 2016

Fragmento de "En Clave de Sol", "Ya vienen los Reyes"

<a href="Escuchar.
Este programa es el que me aficionó a Radio 2, cuando yo tenía 10 años. Admiro a Montse Sanuy, fue una pedagoga extraordinaria y me gustaría expresarle mi reconocimiento. ¡Cómo entusiasmaba a los niños! ¡Cómo interpretaban canciones populares de todas las autonomías! Usaban instrumental Orff, bailaban, coordinaban música y movimiento...
¡Qué pena no poder recuperar todos esos archivos!

martes, 21 de octubre de 2014

En respuesta a María y a otros padres de niños ciegos


Estimada María:
No te contesto en La entrada original porque Blogger se ha vuelto inaccesible. Aprovecho para lanzar un escrito a todos los padres de niños ciegos que pasen por aquí.
Preguntas que cuándo fui consciente de mi carencia; en realidad a los 13 años, cuando abandoné el colegio de ciegos, me separé de mi ambiente y llegué a un instituto normal. Claro que antes lo sabía, pero no suponía ningún trauma: de pequeña, en la época preescolar, tendía al aislamiento, a mecerme en un sofá y no querer saber nada del mundo exterior, y mis padres se encargaron de paliarlo como pudieron, sacándome, llevándome a todos lados y colmándome de estímulos. No gocé sin embargo de una socialización con gente de mi edad. A los cinco años me llevaron al colegio de la ONCE, el mejor paso que pudieron dar. Claro que yo me resistía, me resultaba duro dejar el seno familiar y los primeros años los pasé llorando, con lo que no pude aprovechar mucho las enseñanzas impartidas. También me dejé dominar por una compañera, que me manejaba a su antojo. Mis padres, preocupados, hacían de los fines de semana una fiesta, llevándome al campo Y proporcionándome todos los mimos.
Contaba con algunos amigos ciegos, pero claro: en el instituto todo se rompió. Los grupos estaban hechos y mi tendencia al aislamiento se agudizó. Aún la estoy pagando. Ahora sí sufro las consecuencias de mi ceguera y de mi escasa socialización, pero ésa es otra historia.
Quiero advertir a los padres de niños ciegos que lean estas líneas de que no cometan muchos errores que pueden ser habituales, como la superprotección desmedida; el no exigirles nada; el sentir pena por ellos; el evitar que se socialicen, cayendo en el aislamiento como consecuencia; el hablar por su boca y decidir sin contar con ellos; el llevarlos sólo a ambientes de adultos y permitirles que se queden allí pasivos, como muebles; el no obligarlos a que interactúen normalmente con niños de su edad; el dejar que se excluyan de actividades habituales como ver la tele (aunque, para lo que ofrece, mejor leer); el consentirles todos los caprichos y extravagancias de modo que se anquilosen, que sean unos egoístas, que traten a sus padres y amigos como esclavos, y así cuando llegan al mundo real y ven que no lo merecen todo caerán en una crisis.
Dejadlos hacer tareas en la casa desde pequeños; asignadles responsabilidades de acuerdo con cada edad: que no sólo aprendan a recibir, sino también a dar. Vigilad si prestan atención a lo que los rodea, si escuchan a los otros, si no se han vuelto unos flojos. Es muy importante que desarrollen la curiosidad, pues la falta de ésta potenciada por el aislamiento de la no estimulación visual los condena al autoencierro que, en casos extremos, deriva en autismo.
El niño ha de jugar e interactuar con sus coetáneos. Debe saberse diferente y asumirlo con naturalidad. Llevadlo al psicólogo de las organizaciones de ciegos ya desde bebé. En el colegio ayudadlo, pero no le hagáis el trabajo, y que no le regalen notas. Que no lo eximan de actividades y contenidos docentes como Dibujo o Educación Física. Sólo tienen que adaptar un poco el Curriculum, con el asesoramiento de especialistas en ciegos.
Los profesores en ningún caso se escudarán en la discapacidad para desatenderlo y reducir sus obligaciones académicas, potenciando de ese modo una situación de vagancia y autoengaño por parte del alumno yt su familia. Ésa sería la forma más efectiva de discriminarlo, dañarlo y anularlo.
Desde la escuela ha de procurarse que salga con sus compañeros en el recreo y no se quede en un rincón, o buscando el paraguas de su adulto de referencia.
Es crucial que aprenda a decidir y a equivocarse; que se mueva solo lo antes posible; que se elija su propia ropa, comparta tareas del hogar... El trato ha de ser igual que el dispensado a sus hermanos, con las adaptaciones pertinentes, obvio.

Por favor, tened esto en cuenta: no hagáis de vuestro hijo un inútil; no permitáis que se desconecte del entorno y añada a la ceguera rarezas y comportamientos excéntricos que únicamente lo perjudicarán.