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jueves, 12 de mayo de 2016

Primer concierto con el Ensemble Banu Nay

   
Foto: Alicia Gómez Soblechero

La música cura, es rigurosamente cierto. Lo afirmo desde la experiencia personal: lo he vivido en mis carnes. Tras una fuerte depresión de años que produjo como consecuencia, entre otros muchos desarreglos, la anhedonia y la imposibilidad de que mi sistema límbico reaccionara ante cualquier emoción, salvo la angustia, la desesperación y el TAEDIUM VITAE..., tras una fuerte depresión, digo, he percibido con suma alegría que quien me ha curado en mayor medida ha sido Euterpe.
No sé si fue en febrero o marzo (mi memoria estaba literalmente anulada y yo lo único que hacía era dejarme vivir); a pesar de no querer salvarme, algo en mi fuero interno me decía que tenía que abrazar la vida; que necesitaba urgentemente una mano salvadora: algún resorte oculto que tirase de mí hacia arriba y me extrajera de aquel agujero negro; de aquel marasmo emocional en el cual me veía inmersa por largo, larguísimo, eterno tiempo. En este sentido decidí pensar en algo que otrora me gustase y una voz interior (igual fue el espíritu de Bach) me susurró: "¡La música antigua, era lo tuyo! ¡La flauta depico! ¡Ánimo, pequeña! ¡Busca, busca, busca, busca...!". Entonces, con muy poca fe, llamé a mi antiguo profesor, el insigne Guillermo Peñalver, con quien in illo tempore había aprobado 4º del Grado Elemental del Plan 66. Tuve que abandonar cuando me vine a Granada; a mi pesar, por supuesto.

Llamé a Guillermo y le pregunté si sabía de la existencia de un grupo de flautas de pico en Granada, o de alguien que impartiese clases. Me respondió IPSO FACTO que conocía a un señor muy particular, Marco Mantovani, amigo suyo, y me facilitó su número. Enseguida lo telefoneé.
-No, yo ya no estoy en Granada, vivo en Segovia. En su tiempo formaba con otros un grupito de flautas, el Banu Nay Ensemble, pero ahora está bastante parado. De todas formas, te doy el número de José Ángel. Algo están haciendo, ensayan los viernes.
¡Hala, parece el ping-pong! Para mi fortuna, José Ángel responde. Yo, muerta de miedo y de vergüenza (la autoestima la tenía seriamente dañada hasta creerme el peor espécimen del mundo), le comuniqué que no era profesional, que sólo había cursado cuatro años y hacía 19, que estaba llena de vicios, que nadie me corregía, y otras quejas similares.
-Mándanos una grabación -respondió él; un señor altamente amable y educado, por cierto.
Así lo hice, plena de nervios e inseguridades: la Suite en Sol Menor de Daniel Demoivre; una de mis preferidas porque la puedo tocar en soledad, como he estado casi siempre en la música: sola, sola, ¡sola! Por eso en parte dejé la flauta, no le veía sentido ni atractivo. Imagina por un momento, desocupado lector, que has de representar una obra de teatro (Otelo, don Juan...) y estás solo; dispones de tu papel, pero tienes que componer el del resto en tu cabeza. Aburrido, ¿verdad?
Contrariamente a lo que yo había intuido en un principio, mi grabación encantó y fui aceptada en el acto. De los primeros ensayos no pude disfrutar porque la anhedonia y la abulia me embargaban aún, mas después de Semana Santa tuvo lugar otro importante empujón: mi estancia en Baviera con mi querida amiga y fan del coro de Tölz Rosina Glose. Yo expresaba a Rosina mis miedos, mi falta de emociones, el terror a defraudar a los demás, el profundo sentimiento de subnormalidad e inutilidad que me embargaba... La pobre mujer hubo de aguantar mi cuaderno de quejas con una paciencia que ni la del santo Job, y siempre me respondía con amor, con comprensión, aunque tuviese que regañarme en muchas ocasiones.
Pero Rosina y yo no sólo hablamos: pasamos a la acción, que era lo que faltaba en mi triste vida; triste desde la crisis, no antes: yo me he tenido siempre por una persona feliz y dichosa, practicante del CARPE DIEM de Horacio y Ausonio y cultivadora de los placeres estéticos.

>El lector se estará preguntando que en qué consistió la acción, y aquí estoy yo para explicarlo: como me invadían la vergüenza y la inseguridad, Rosina me hizo tocar en parques y en iglesias; me hizo cantar en un club de Jodler... Practicamos música juntas, en suma.; también con su compañero, organista y director de coros, que desde la más infinita
ternura resolvió algunas dudas mías sobre la colocación de los dedos en el teclado o las reglas armónicas.
El punto clave fue que Rosina me absolvió de toda culpa, cual guía espiritual de almas atormentadas. Yo, como venía siendo habitual en ese periodo de cataclismo mental, me acusaba ante ella de lo peor: de ser la más culpable y la criminal más abyecta, de no merecer la vida por infligir daño a cualquier persona que se me aproximase, de suponer una carga para el Universo...
-Piensas que has hecho daño a todo el mundo: ¿sí?
-¡A todos!
-Pero, dime: ¿lo has causado deliberadamente, con intención, queriendo provocar el mal, queriendo herir?
-Hm, no, claro: no..., yo no quiero, mas mi personalidad hace que...
-¡Basta! -exclamó acompañando la palabra, seguramente, con algún enérgico gesto de su mano-. Si no tenías la intención de producir algo malo, ¡no eres mala!
Yo me sentí flotar, volar; me creí ligera, ingrávida; casi percibía alitas en la espalda. Cuando caminaba parecía levitar... Todo esto es real, nada de licencias poéticas. Rosina había extraído de mi corazón una enorme, gigantesca piedra que me impedía respirar. Ella, en aquel momento, activó el resorte buscado: me tendió la anhelada mano amiga que me permitiría ascender a la superficie; alcanzar el horizonte de sucesos; materializarme, corporeizarme, volver a mí.
En aquellos días hablamos de muchas más cosas; no lo relato por no ser eterna. Lo último que deseo en este mundo es cansar a mi desocupado y paciente lector. Lo que sí diré, para finalizar este aspecto, es que todo me cayó bien, cual ansiada medicina; cual pócima milagrosa.
Al siguiente día hubo dos conciertos de mi amadísimo, admiradísimo coro de Tölz y por primera vez en cinco años pude volver a disfrutar de la música. Me ayudó asimismo comprobar que hay gente como yo, que goza con lo mismo que yo. Esa unión cerebral en la inefable experiencia de la audición supuso para mí la certeza de que no estoy sola en el mundo.

En el primer ensayo tras el viaje, mis "banucompañeros" no me reconocían: habían dejado a una chica triste, quejosa, poco habladora, negativa en todos los aspectos y se les devolvía una mujer serena, decidida, chistosa y presta a la risa, aunque con sus defectos: los
más fundamentales, la ecolalia y la impulsividad.
De pronto comencé a paladear la vida: ¡por fin podía hacerlo! Cada momento, aun con sus inconvenientes, aun con sus tonos grises, era digno de ser gozado. ¡Fuera, anhedonia! ¡Fuera, abulia! ¡Fuera,TAEDIUM VITAE! En Alemania había roto la barrera más fundamental: la del
contacto físico. Hasta entonces experimentaba una cierta repulsión, un rechazo a ser tocada; por temor quizás. Me autodiagnostiqué sonofobia: ese terror a los ruidos me había mantenido anulada en muchísimos aspectos, y ahora veía el problema y perdía el miedo al
error. El error es positivo, porque nos hace aprender; nos humaniza, nos crece, nos permite desarrollar nuestras capacidades aletargadas y no repetir fallos. Gracias al error, el Homo Sapiens Sapiens está donde está ahora y no en el planeta de los simios.

El pasado martes tuvo lugar mi primer concierto con Banu Nay, en Churriana de la Vega. Es delicioso tocar simplemente disfrutando, sin la tensión de equivocarse. Cuando fallaba en algo sonreía indulgentemente y continuaba. En algunas danzas incluso bailé durante
la ejecución. Es maravilloso formar parte del todo armónico, saber que resultas indispensable pero que no eres la única; sentirse pequeña en el Universo. Sin embargo, tal certeza no asusta: el mundo estaba antes de mí, seguirá después de mí y no ocurrirá nada, mas el
milagro de la evolución nos hace, a cada uno de nosotros, únicos e irrepetibles: insustituibles como una flauta artesana, como una bella flor, como un preciado diamante.
Ahora sí puedo afirmar, con Schiller: "Seid umschlungen, Millionen! Diesen Kuss der ganzen Welt".

¡Gracias, gracias, Banu Nay! ¡Gracias, gracias a todos los que me
habéis sufrido y los que habéis contribuido a mi resurrección! ¡Os
adoro!

2 comentarios:

  1. ¡Me siento orgullosísimo de tí Rocío! ¡Y sobre todo, me siento orgullosísimo de haber estado a tu lado no sólo ahora, sino también durante todo ese tiempo en el que no sabías qué hacer con tu vida! ¡Toda la paciencia que te tuve ahora resulta que sí, que ha surtido efecto! Pese a no ser yo quien te haya dado ese impulso definitivo, o al menos parte de él, como te digo, no puedo más que sentirme dichoso sabiendo que, cuando me has necesitado, he estado ahí. Y ahí seguiré estando, si tú quieres claro, ¡para lo que haga falta!

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  2. Siete garabatos que vienen a representar sendas letras del alfabeto latino. Siete fonemas que se unen para constituir un vocablo perteneciente a la lengua española, que a su vez procede de la latina, que se origina en el indoeuropeo, que proviene de... ¡Ay, la lingüística! Esa palabra es pobre; breve; casi fría para expresar la tremenda, benefactora ola de gratitud que me invade hacia todos aquellos que, a pesar de los inconvenientes, estuvieron ahí; me apoyaron; me tendieron su mano; me abrazaron; me amaron; me hicieron escuchar e interpretar música venciendo mi resistencia. VOBIS GRATIAS AGO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

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