Poco después de mi entrada en Banu Nay se me encomendó el cuidado y el mantenimiento de dos flautas de pico renacentistas, una soprano y otra contralto, propiedad de Marco Mantovani. Estas flautas son de la marca Mollenhauer, artesanas, con un coste aproximado de 400 euros cada una [N.B.: el precio es mucho más alto. El error viene provocado por un engaño de mis compañeros para que no colapsara del susto]; construidas según el modelo de un luthier de Nürnberg (¡cómo no, bavarito!) del siglo XVII cuyo nombre no recuerdo no porque no quiera acordarme, sino porque mis neuronas andan trastornadas.
Nunca antes había visto flautas renacentistas, y menos artesanas. Me llamó la atención el tamaño y la distancia de los agujeros; también la forma acampanada con que terminaba el cuerpo más grande. Oh, disculpen, avezados lectores: no sé nada de lutería; sólo soy admiradora de Les Luthiers...
Su sonido van a comprobarlo en un comentario a esta entrada; por suerte efectué una grabación.
No puede imaginar quien hojee estas líneas el respeto y la veneración con que tomaba la flauta. Su delicadeza tímbrica me maravillaba, si bien confieso que al principio me costaban los agudos y el Do grave no llegaba a resultar afinado por mi desconocimiento de la digitación renacentista y la falta de costumbre a la mayor distancia entre el agujero inferior y el resto; la distancia y la oblicuidad. Nuevamente disculpas por mi ignorancia luterana [de lutería, dejemos a Lutero tranquilo con sus 95 tesis y sus corales escritos soli deo gloria y para que yo los goce en las cantatas de Bach].
Un inciso: el señor Biondi de la tienda granadina Musical Leonés me dijo que los agujeros no se llaman tales, sino oídos. Igual él puede corregir estas imprecisiones locas y puede ilustrarme sobre las particularidades de mi flauta.
El préstamo del instrumento coincidió con el empujoncito hacia arriba que experimenta todo cuerpo sumergido en un líquido, igual al peso del volumen del líquido desalojado... ¡No! ¡Eso era Ar! El principio de "Arquímedes". Disculpen, no puedo evitar las luthieradas absurdas. Mi mensaje se aleja por tanto del academicismo, de los estándares que habría de cumplir una comunicación de este género.
Como iba diciendo, las flautas me animaron mucho; me incitaron a tocarlas, porque su exquisito sonido me motivaba plenamente. Mas en estos días han ocurrido cosas..., cosas que amenazaron con desestabilizar mi cerebro. Una de ellas fue que no me permitieron ingresar al Conservatorio para cursar el Grado Medio de Flauta de Pico por incompatibilidades, porque estudio canto aquí en Granada. Ante tal contrariedad y algunas otras, mi mente reacciona aún de forma impulsiva y entonces corro el riesgo de perder el control. Los ciegos, al no poder efectuar el último vistazo de reconocimiento y verificación antes de abandonar un lugar, pueden fácilmente extraviar algo si no están en contacto directo con el objeto. Imaginen que voy en el tren, controlo todas mis cosas pero he dejado algo en el suelo, sin rozarlo con los pies, y antes de llegar a mi destino suena el móvil, por poner un ejemplo muy habitual, y quien me llama me comunica una noticia inesperada. Entonces, al alcanzar mi destino, me levanto y abandono el vagón... ¿Vagón o Wagón? No, creo que la RAE lo acepta con V. En fin, abandono el compartimento sin reparar en que mi distracción ha propiciado un descuido imperdonable.
Ya estará intuyendo el lector inteligente cuál va a ser la continuación de ésta mi historia, pero aun así la relato:
Mi flauta alto de madera, la mía propia, barroca, Moeck, necesitaba que se le cambiara un corcho, así que dejé de usarla por un tiempo. Ello significó sacar más a la Mollenhauer. Encima los "banucompañeros" me habían dicho que tenía que tocarla cada día veinte minutos, luego 25, luego 30..., y yo me lo tomé al pie de la letra. No, no llegué a poner el cronómetro mientras tocaba, pero casi.
Cuando Susana, la señora de la tienda de música de mi barrio, me devolvió mi flauta, comencé a usarla más: ya que estaba aceitada y encorchada, no quería que se me enmoheciese por falta de empleo. Eso significó un descontrol de la Mollenhauer. Un buen día, creo que coincidiendo con la noticia de que tal vez no pudiese entrar en el Conservatorio, le perdí de golpe la pista: es como si se me hubiera borrado de la mente cómo y cuándo la vi por última vez. No me asusté en demasía: "Estará en la casa y mi limpiadora la habrá colocado en otro sitio, o bien se ha caído en un lugar recóndito". Pero ayer me visitaron dos pares de ojos con sendas personas incorporadas que aseveraron no hallarla en parte alguna. Yo desde la mañana estuve llamando a todos los lugares que pude frecuentar: Festival Discos, Musical Leonés, el Conservatorio Profesional, la RENFE, la central de taxis y la de autobuses, el Corte Inglés... También bombardeé a mis banucompañeros; los estresé, pobres míos: "¡mirad a ver si la tenéis vosotros! La tenéis, la tenéis, seguro, la tenéis". Era lo que mi cerebro quería creer.
He olvidado decir que, antes de las pesquisas, tomé mi escultura de Bach y le recé en su idioma y en latín, por si acaso, aunque el genial Kantor no parecía amar mucho esta lengua, o al menos no enseñarla, que dominarla seguro, pero él..., Él era músico. Quería enseñar música, lógicamente.
¿Por dónde iba? Tomé la escultura de Bach que otrora me regalasen mis padres importada del Bacharchiv d Leipzig y le imploré: "Tú no hubieras querido que una flauta así desapareciese. Tú adoras los instrumentos musicales, la lutería, incluso has construido los tuyos propios; has revisado órganos y has colaborado en su reparación. No puedes hacerme esto: ¡ayúdame!".
Por la tarde, tras 9 horas infructuosas, había perdido toda esperanza. Fui a un concierto de música antigua, medieval y renacentista, miren qué adecuado, donde la soprano, Abigaíl, también tocaba una flauta de pico que no sé si sería renacentista Mollenhauer o medieval. Sonaba diferente a la mía, por cierto.
La música me hizo concentrarme y pensar: "sí, va a aparecer. Ahora caigo en que un compañero del grupo me la pidió para aceitarla; lo recuerdo con nitidez, sí, sí, sí".
A la salida escribí a mi compañero, que no respondió, y entonces me percaté de varios mensajes de Tomás, un amigo buenísimo; profesor de Instituto que fue colega mío en Armilla. Tomás ama ayudar al prójimo, va por ahí de ángel de la guarda. <el próximo día le pediré que se descubra la espalda, porque a mí no me engaña: ¡seguro que tiene alitas! Como iba en el autobús y por la calle, no pude responder al mensaje.
-Llámame, llámame.
-La flauta seguro que la tiene mi compañero, ahora me acuerdo...
-NO, él no la tiene.
-¡Ah, entonces la dejé en tu casa! ¡No me digas!
-No, en mi casa no está. ¿Cuánto estarías dispuesta a pagar por un rescate?
No entendí nada, nada de nada, pero cinco minutos después no sabía si saltar de júbilo, si llorar, si reír, si arrodillarme ante san Bach, si gritar... Tomás había llamado a un amigo taxista que dio el aviso en la central, algo que había hecho yo antes, aunque tal vez la central no recogiera mi nota. El caso es que respondió un tal Manuel Calvente, ¡y sí! ¡Él tenía mi flauta! ¡Me la había dejado en el taxi no sé cuándo!!! Esta mañana vendrá a entregármela.
Si mis pesquisas son ciertas, Manuel vive en Huétor, estudió en el IES Trebenque y ama el ciclismo. Pero, ¡si es taxista! ¿De dónde saca el tiempo? ¿O se trata de un familiar? ¡Ah, además edita en Wikipedia y me lleva tres años!
Sabida la noticia escribí al banugrupo. De golpe percibí que me
temblaban las piernas y me invadió un frío... Tenía los miembros entumecidos. Unos minutos más tarde me entró un calor tremendo: ¿fiebre? ¿Borrachera de sentimientos? Creo que lo segundo: el cerebro sabía que tenía que sentir, pero iba demasiado rápido como para poder procesar correctamente las emociones. Y la última fue la del llanto, un llanto reparador y liberador: un llanto que contribuyó a relajarme y a reestabilizar mi sistema límbico. Tras desahogarme un rato, me fui a dormir; pero me he despertado pronto. De nuevo cito a Schiller: "Seid umschlungen, Millionen: Diesen Kuss der ganzen Welt!". ¡Amo a la Humanidad!!!
¡Gracias, Manuel: gracias, gracias, gracias, gracias, gracias!
¡Qué bonita historia Rocío, de verdad! ¡Esto demuestra que, en un mundo tan difícil e incluso hostil, aún hay personas que son verdaderos ángeles y que nos ayudan cuando más lo necesitamos. ¡Qué bueno que te puedas rodear de esas personas y que vayas construyendo esa vida tan maravillosa que yo sé que anhelabas, al igual que yo anhelaba verte así como ahora te veo! ¡Esta sí es la Rocío que yo quería ver, sigue así reina, que no decaiga!
ResponderEliminarNo es adecuado tocar a Bach porque se trata de una flauta renacentista, mas no puedo hacerlo de otro modo porque Bach me la ha devuelto, por mediación de un taxista ángel y de un amigo con alas.
ResponderEliminarhttps://dl.dropboxusercontent.com/u/4652648/Tocando%20a%20Bach.mp3
A las diez vino el taxista. Le di un abrazo y una bandeja de pasteles, lo único que me dio tiempo a conseguir con tan poquísimo margen.
ResponderEliminarAbraham, y todos los que me apoyáis: ¡gracias, gracias, gracias! Sois muchos los alados.
Sabes que siempre estaremos ahí Rocío, yo por lo menos siempre lo estaré, si tú quieres claro.
ResponderEliminarAdemàs de un rato de charla, como te he propuesto en el correo en que contestaba el tuyo a ATEOS, tendremos que dedicar un ratito a practicar con la flauta dulce, en mis años mozos, de 24 a 25 (ahora tengo 68 mucho me costará practicar), estuve tocando, para delicia mia y tormento de mis vecinos, pero volviendo al tema veo que tenemos bastantes cosas en común. Un beso
ResponderEliminarError toque de los 14 a los 25
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